Ella volvió a mirarle con extrañeza, como si no supiera cómo contestar a su pregunta hasta que al final echó mano al bolsillo de su delantal a rayas y sacó una tarjeta comercial.
Era un buen detalle por parte del gerente del catering pensar en que todos sus camareros llevasen tarjetas para poder entregarle a quien estuviera interesado. Pero cuando la leyó, se quedó con la boca abierta:
Cold Creek Cuisine
Bodas, fiestas, reuniones o sólo una inolvidable e íntima cena para dos.
Paula Chaves, gerente
—¿Ha preparado usted todo esto?
—¿Por qué le sorprende tanto? —contestó ella repitiendo su misma frase.
—Pues porque es usted viuda con cuatro hijos —contestó como no podía hacer de otro modo—. Francamente me sorprende que tenga tiempo siquiera para respirar, y mucho menos para llevar un negocio.
No añadió que a juzgar por lo que había visto hasta aquel momento, impedir que sus hijos se metieran en líos requeriría de seis o siete adultos con carácter. Armados con garrochas, además.
—A veces resulta un poco complicado, pero procuro cocinar cuando están dormidos o en el colegio.
—¿Por eso llevaba tanta compra hoy en la furgoneta? —preguntó él de pronto—. Creía que estaba haciendo acopio de víveres por si había tormenta.
Ella se echó a reír y a Pedro le pareció el sonido más hermoso que había oído en mucho tiempo.
—Desde luego mis hijos comen mucho, pero no tanto como para tener que llenar veinte bolsas de supermercado. En efecto era esta reunión la razón de tanta compra. Y también del pánico que sentía yo. Tenía un millón de cosas que hacer y no podía permitirme ser tan estúpida como para patinar en la nieve y acabar empotrada. Le doy las gracias otra vez por ayudarme a salir.
—De nada. Me alegro de haber pasado por allí en el momento oportuno. No me habría hecho ninguna gracia perderme toda esta magnífica comida. Nunca había probado algo tan rico.
—Gracias.
Su halago le sorprendió tanto como si la hubiera besado allí mismo, entre bocaditos de salmón.
Una idea que desde luego tenía su atractivo.
Nada tenía sentido. Desde luego no lo tenía la intensa atracción que sentía por ella o el hecho de que se hubieran encontrado allí.
La cifra que le había pagado por el rancho tenía siete dígitos, casi más de lo que valía en realidad, pero no había querido arriesgarse a perder la oportunidad de la compra perfecta después de haber estado buscando tanto tiempo un lugar donde poner en marcha su proyecto de ganadería sostenible.
Con un poco de cuidado, sus hijos y ella tendrían para vivir el resto de sus vidas.
Pero conducía una furgoneta vieja, su casa necesitaba una mano de pintura y trabajaba una vez había acostado a los niños organizando fiestas para otras personas.
No era asunto suyo. Ni su situación, ni ella.
Pero es que preparaba unos crostini de queso de cabra deliciosos.
—Desde luego su comida es fantástica. ¿Le parece bien que le entregue su tarjeta a mi asistente personal? Ella es quien organiza todos mis eventos, y he de recibir bastantes visitas en Alfonso's Nest en el futuro. Albergaba la esperanza de encontrar a alguien que viviera cerca para que se ocupara del catering en esas ocasiones, pero desde luego no esperaba que fuese mi vecina.
—Supongo que sí, pero he de advertirle que soy muy selectiva con mis trabajos. Si no encajan con los horarios de mis hijos, los rechazo. Ellos son lo primero.
—Me parece perfecto.
Habría dicho algo más, pero la mujer que ayudaba a Paula en la fiesta se acercó a ellos y la mirada que le dedicó fue breve, pero tan fría o más que las de su vecina.
—Paula, el alcalde pregunta si no hay más langosta con beicon. Al parecer le ha gustado muchísimo, y le he dicho que te lo iba a consultar.
—Tendré que ir a la cocina —contestó, y se volvió a mirarle con cara de disculpa, un sentimiento que no sabría decir si era auténtico.
—¿Me disculpa? Tengo mucho trabajo.
—Por supuesto.
Y la vio alejarse dándole vueltas a la poca gracia que le hacía que los mejores momentos de la velada los hubiera pasado con ella.
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