martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 31




Había sido una época terrible que no le desearía a nadie, pero aquellos años habían definido todo lo que vino después.


No podía saber qué habría sido de su vida si Susana y Enrique hubieran vivido, pero desde luego su determinación de luchar contra la zorra fría y sin corazón a la que llamaban destino no habría sido tal.


Miró atentamente a Paula, aquella mujer que había conseguido franquear sus barreras y despertar recuerdos y experiencias que siempre había preferido mantener ocultos en su interior.


—¿Y qué cosas han hecho de ti la mujer que eres ahora?


Se apoyó contra el mármol de la isleta central y ladeó la cabeza mientras consideraba la pregunta.


—Yo sigo siendo una obra en realización.


—¿Acaso no lo somos todos?


Una tibia intimidad los rodeaba en la silenciosa cocina. Esa conexión que había estado evitando todo el día parecía estarse reforzando.


Debería marcharse antes de que cobrara fuerza. 


Sabía que era lo más razonable, y él era un hombre que se jactaba de su prudencia, pero no conseguía mover los pies. Y es que quería saber más de ella.


—Si tuvieras que escoger los tres hechos más relevantes que han conformado tu personalidad, ¿qué elegirías?


Ella hizo una mueca.


—No es justo que me pidas que emita un pensamiento coherente llevando levantada desde las siete de la mañana —protestó—. De todos modos, no sé si sería capaz de reducirlo a tres.


—Inténtalo.


Paula se quedó pensando un momento con el ceño fruncido.


—Bueno, así de buenas a primeras y en orden cronológico diría que lo primero sería la muerte de mis padres en un accidente de tráfico cuando yo tenía dieciséis años. Mi hermano Pablo acababa de cumplir veintiuno y pasó a ser mi tutor legal. Yo era por entonces una cría de dieciséis años que se creía invencible y fue entonces la primera vez que me di cuenta de la precariedad y la fragilidad de la vida.


—Uno.


Volvió a quedarse pensativa.


—Por supuesto tendría que incluir el enamorarme de Jose el verano anterior a mi graduación, y luego casarme con él y trasladarme a vivir a Pine Gulch para quedarme. Por supuesto en ese hecho se incluiría el nacimiento de mis hijos. Esas cuatro personitas han contribuido más que nada a conformarme tal cual soy.


Hizo otra breve pausa y su expresión se volvió sombría.


—Entonces el mundo de mis hijos y el mío propio cambió para siempre el quince de octubre de hace dos años cuando un tractor pasó por encima del hombre con el que yo creía que iba a pasar el resto de mi vida, con lo que nuestro futuro quedó aplastado. Y ya están los tres.


Unos días antes habría creído tener poco en común con una mujer como Paula Chaves, pero el dolor que vio en su mirada le resultaba tan familiar que fue como mirarse en un espejo, en particular después de la muerte de Susana.


—Duro, ¿eh?


Paula se quedó sin palabras un momento, pero luego rompió a reír.


—Y que lo digas.


Deseaba volver a besarla. Llevada todo el día tratando de convencerse de que sería un error, pero en aquel momento todas las razones que había empleado para apoyar esa decisión le parecieron necedades.


Se inclinó un poco hacia delante y volvió a percibir su olor, aquella seductora mezcla de vainilla y canela. La miró a los ojos y en sus verdes y chispeantes profundidades descubrió el mismo brillo de entendimiento que sentía él, el mismo y sutil deseo.


Paula contuvo la respiración y se acercó a él, y Pedro devoró la poca distancia que les separaba.


En el último segundo, cuando sus labios estaban a punto de rozarse, Paula apartó la cara y dio un paso atrás.


—No, por favor, Pedro. Otra vez no.


Y vio que las manos le temblaban.


—¿Por qué no? —le preguntó, frustrado. Ella deseaba como él aquel beso y sus labios se habían entreabierto en clara invitación.


—¡Porque es injusto! —protestó—. Yo no tengo cómo defenderme contra un hombre como tú.


—¿Se puede saber qué quieres decir con eso?


Se llevó las manos a las mejillas enrojecidas.


—Sólo he salido con un hombre en serio en toda mi vida, y me casé con él un año después. No soy de esa clase de mujeres sofisticadas que pueden tener aventuras sin inmutarse. Yo no soy así.


—¿Y qué te hace pensar que eso es lo que yo quiero?


—Me partirás el corazón, Pedro —le dijo con impaciencia—. Estoy segura de que no sería tu intención, pero acabarías haciéndolo porque eres de esa clase de hombres.


Sus palabras no deberían haberle hecho daño, pero así fue.


—¿Cómo sabes qué clase de hombre soy?


Su risa le sonó extraña después de la intimidad que acababan de compartir


—Mírate. Pareces un actor de película: guapo, rico y con éxito. Yo soy una madre de cuatro niños que vive colgada del alero en un mundo salvaje y turbulento. Me masticarás y me escupirás después, y yo no podré hacer absolutamente nada para impedirlo. Cuando lo que te pasa en ese momento quede olvidado, yo me quedare aquí viviendo al lado de Alfonso's Nest, sin más remedio que mirar tus ventanas desde mi casa y recordar.


—No tiene por qué ser así.


—Eso es verdad. Podemos volver al punto en el que estábamos antes de que tú... antes de que me besaras esta tarde. Creía que estábamos en el camino de hacernos, si no amigos, al menos buenos vecinos.


—¿Eso es lo que quieres? ¿Un amigo?


—Lo que yo quiero ahora mismo es volver a casa con mis hijos. Llevo fuera demasiadas horas. Volveré a primera hora de la mañana para ocuparme del desayuno.


Quiso discutir con ella, decirle que no había experimentado nunca una atracción como aquélla, pero ¿cómo rebatirle algo que también él sabía cierto?


—Ten cuidado. La nieve resbala mucho.


Paula le sonrió aunque con tristeza, y antes de que pudiera decir nada más, se puso la bufanda y el abrigo y salió por la puerta de la cocina.


Desde la ventana, Pedro vio cómo las luces de la furgoneta penetraban en la noche y tomaban el camino de su casa.


Tenía razón. De algún modo tenían que dar un paso atrás. ¿Qué otra opción tenían? Ella no estaba interesada en algo informal, y eso era lo único que él le podía ofrecer. En cuanto pasara la Navidad, volvería a California, a su ático y a la vida que se había organizado para sí mismo, por vacía y fría que pudiera parecerle en aquel momento.




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