martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 23




—Qué vista tan espectacular tienes aquí. Si yo tuviera una casa como ésta, no querría marcharme nunca.


Antonia Hertzog se volvió hacia él con una sonrisa y Pedro se preguntó por qué le recordaría tanto a su abuela ya que en realidad no se parecían, su abuela, que Dios la tuviera en su seno, era una mujer bajita y fuerte, con facciones rotundas y tostadas por el sol y un cabello gris y ondulado siempre impecablemente peinado. Antonia era delgada, con un rostro de facciones sin edad y ese estilo propio e innato de las mujeres europeas.


Sin embargo, había algo en su mirada que le recordaba indiscutiblemente a su abuela.


—Me enamoré de esta vista la primera vez que la vi —admitió.


—Entiendo perfectamente por qué —contestó—. ¿Pasas mucho tiempo aquí?


—No tanto como me gustaría. Hace muy poco tiempo que se ha construido la casa, pero en el futuro espero poder escaparme más a menudo de San Francisco.


—Hay que hacer más cosas aparte de trabajar —intervino Frederick mirando significativamente a su hijo, atareado enviando un mensaje por el móvil y demasiado ocupado para oírles.


—¿Cuándo vamos a poder montar a caballo? —preguntó Gregor, el hijo de Dierk. Tenía doce años, dos más que su hermana Amalia, que no había dicho más que un par de palabras durante toda la deliciosa comida.


—Eso depende de tus padres. Por mi podríamos salir después de comer.


—¿Podemos, madre? —preguntó Amalia en el mismo tono formal que utilizaría si le estuviera pidiendo a la reina el aplazamiento de una ejecución.


—Primero tenéis que descansar un poco —Elle Hertzog era delgada como un galgo y, aunque la comida de Paula estaba divina, había picado un poco de fruta y la mitad de un bollito—. La mañana ya ha sido bastante larga.


Pedro esperaba protestas pero los dos niños se limitaron a asentir. En su limitada experiencia con niños, no pudo evitar reparar en el contraste entre aquéllos y los hijos de Paula. Los Hertzog tenían unos modales impecables en la mesa y ni siquiera se habían rebullido en sus sillas.


Seguramente los niños de Paula estarían colgando de la lámpara a aquellas alturas. Eran unos chiquillos ruidosos, les gustaba zascandilear y meterse en líos. No estaba seguro de por qué le gustaban más esos críos que los que tenía ante sí.




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