martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 8





—Sabes que no tienes por qué asistir a ese sarao. Es más, no creo que te esperen. Te han invitado por pura cortesía.


Era Nicolas Parker, su capataz, quien le había hablado así mientras juntos revisaban a tres yeguas preñadas que debían parir en cuestión de pocos meses.


Por el momento todo iba bien. El caballo que había cubierto a aquella yegua en particular era uno de los mundialmente famosos caballos de la cuadra Dalton, y Pedro albergaba la esperanza bien fundada de que el potro pudiera seguir los pasos de su magnífico progenitor.


—Lo sé —contestó haciendo una mueca—. Si los criadores de ganado de la región hubieran encontrado un modo educado de no invitarme, estoy seguro de que ni siquiera estaríamos manteniendo esta conversación.


—No es nada personal. Simplemente representas un modo diferente de ver las cosas, y eso inquieta a los viejos rancheros de por aquí. El nuevo oeste contra el viejo oeste.


Pedro lo sabía. Sabía que la compra de aquel extenso rancho conocido como el Wagon Chaves lo había lanzado a un acalorado débale. En todo el oeste la vieja guardia de rancheros estaban manteniendo tierras que ya no eran productivas y prácticas arcaicas y rígidas difíciles de mantener.


Muchos de sus hijos no sentían interés alguno por el trabajo de ranchero y por el estilo de vida que llevaba emparejado, y al mismo tiempo los rancheros se resistían al desarrollo y a la idea de dividir las tierras en las que habían vertido su sangre y su sudor y transformarlas en hileras de chalés adosados.


Los costes de alimentación del ganado se habían disparado y el valor de las propiedades había caído en picado, de modo que muchos de ellos habían quedado atrapados en una situación muy complicada.


Sabía que a los rancheros de toda la vida no les hacía ninguna gracia que se incorporara gente nueva, y menos aún si eran personas con el capital necesario para acometer cambios radicales y costosos en las prácticas de los ranchos para incrementar el rendimiento de sus tierras. Y en su caso era aún peor, dado que no se trataba de un residente permanente, sino que sólo aparecía por el rancho un par de veces al mes y durante pocos días.


No podía evitar escuchar los comentarios en voz baja cada vez que se acercaba a Pine Gulch. Y sabía que Nicolas lo pasaba todavía peor, aunque su capataz se cuidaba mucho de no hablarle de ello. Nicolas y su esposa Melina llevaban con él una década, primero como guardeses del rancho de California que había comprado tiempo atrás y después en el otro más pequeño que poseía en Montana.


Pedro le encantaba el trabajo del rancho. Era feliz al aire libre, montando a caballo y rodeado de toda aquella belleza salvaje; le gustaba el riesgo y la recompensa.


No era difícil adivinar el porqué: el año que pasó en el rancho de sus abuelos, apenas a un par de kilómetros de allí, había sido el más feliz, el más seguro de su vida. No es que pretendiera volver a vivir algo así, pero si era su intención imitar aquel estilo de vida si era capaz. Y aunque Alfonso's Nest era sólo una pequeña parcela de su vasto imperio, aquél era el lugar donde se sentía más en paz consigo mismo.


Quería que el rancho acabara siendo una explotación rentable, así que un poco de relaciones públicas no podía hacerle daño. La vida sería más fácil si Nicolas no tenía que hacer política con aquellos obstinados rancheros.


—Yo no soy uno de esos rancheros de Hollywood que sólo quieren la tierra como símbolo de posición social. Estamos consiguiendo hacer algo grande de Alfonso’s Nest y necesito que los demás lo comprendan. Por eso voy a asistir a la fiesta de Viviana Cruz. Tú y yo llevamos diez meses dirigiendo este rancho y la gente sigue sin aceptar que nuestras intenciones son serias.


Pensó en la frialdad que goteaba de los ojos de Paula Chaves cuando la ayudó a sacar la furgoneta de la nieve y la sorpresa que se había llevado cuando él, portándose como lo haría cualquier buen vecino, le había dicho que se encargaría de que le despejaran de nieve el camino.


No podría decir por qué le molestaba tanto que aquella mujer tuviera una mala opinión de él. 


Mucha gente odiaba su valentía, y lo tenía asumido como un efecto secundario normal de su posición y su personalidad. No había conseguido llevar a Alfonso Enterprises a la cima siendo débil y acomodaticio.


Paula seguramente se imaginaba que le sobraban los motivos para detestarle, ya que estaba cambiando de un modo radical lo que la familia de su esposo había construido durante generaciones.


Recordó entonces lo que el mayor de sus hijos había dicho la tarde anterior: «Es el tío que nos robó el rancho». ¿Habría recibido esa basura de información de su madre?


No le gustaba pensar que aquella mujer era de las que iba de mártir. Había puesto su rancho a la venta y él le había pagado un precio justo. Fin de la historia. Había sido un acuerdo de negocios, simple y llanamente.


Bueno, incluso le había hecho algunas concesiones como por ejemplo permitirle utilizar el puente de Alfonso's Nest y el acceso al camino en el punto donde la entrada a su casa se acababa. De no ser así, se habría visto obligada a construir un camino y un puente nuevos para cruzar el río, obras ambas bastante caras y complicadas.


Suspiró. ¿Y qué importancia podía tener que no le cayera bien? Desde luego no era su intención ganar ningún concurso de popularidad.


Pero sería agradable que Nicolas no tuviera que estar repeliendo constantemente la energía negativa de todos aquéllos a quienes se encontraba en la ciudad o con quienes tenía que hacer negocios en Teton Valley.


—Sólo pienso quedarme un rato —le dijo—. Estrecharé unas cuantas manos, haré subir unos cuantos egos y volveré a casa a tiempo de asegurarme de que todo está listo para los invitados que llegan el domingo.


—Siento tener que ser yo quien se lo diga, jefe, pero aparecer en una fiesta de Navidad que organiza la asociación de ganaderos no creo que sirva para cambiar la opinión de nadie. La gente de aquí no cambia fácilmente; tienen miedo de lo que sea distinto.


—¿Y de qué pueden tener miedo? Sólo estamos intentando encontrar un modo más sostenible de llevar el negocio.


—A mí no tiene que venderme sus ideas, jefe, que yo voy en su mismo barco. Sé lo que está haciendo aquí y estoy completamente de acuerdo. Nuestros gastos generales son la mitad de un rancho típico de este mismo tamaño y la tierra ya está más saludable cuando apenas ha pasado un año. Está funcionando. Pero lo que estamos haciendo es bastante radical, eso hay que reconocerlo. Mucha gente piensa que está usted loco por no utilizar hormonas, por hacer que el ganado para en verano, por cambiar de pastos cada dos días en lugar de hacerlo cada dos o tres semanas. Esa clase de forma de pensar no va a hacer de usted el tipo más popular de la asociación de ganaderos.


—No puede hacerme ningún mal que la gente se dé cuenta de que no pretendo venir aquí los fines de semana y utilizar el rancho como sitio para esconderme. Tampoco pretendo convencer a todo el mundo; sólo quiero que se den cuenta de que pretendo dar la cara e intentar formar parte de la comunidad.


—Un noble esfuerzo, sí.


—Entonces, ¿no te importa que vaya con Melina y contigo?


—Claro que no. ¿Quiere que le busquemos pareja? Hay algunas chicas guapas por aquí a las que seguro que les encantaría presentarse en la ciudad del brazo de un tipo que tiene su propio avión y casa en San Francisco.


Pedro miró a su capataz frunciendo el ceño y éste sonrió.


—Gracias, pero no —contestó—. No necesito ayuda con las citas.


—Si cambia de opinión, hágamelo saber.


—Mejor espera sentado. No me interesa la vida social; sólo las relaciones públicas.





No hay comentarios:

Publicar un comentario