martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 6
Se había quedado atascada. Pisó a fondo el acelerador una vez más e intentó sacar la furgoneta del profundo banco de nieve que se había acumulado justo a la salida del Wagon Wheel. Pedro Alfonso podía llamarlo Raven’s Nest, pero para ella siempre sería el Wagon Chaves, que era como los Chaves lo habían conocido tras trabajar tres generaciones seguidas en aquel rincón del este de Idaho a la sombra del Gran Teton.
Miró el reloj del cuadro de mandos y luego la nevada que seguía cayendo copiosamente.
¡Mira que ir a quedarse atascada precisamente en aquel momento, con la furgoneta cargada de comida y tan sólo un pequeño margen de tiempo para prepararla!
Creía tenerlo todo cuidadosamente organizado para la fiesta que iba a servir aquella noche.
Nada más dejar a los chicos en el autobús del colegio había metido a Julia en la furgoneta y juntas se habían ido hasta Idaho Falls, donde la selección gastronómica era más amplia y más fresca que cualquier cosa que pudiera encontrar allí, en Pine Guien. Había previsto emplear poco más de dos horas, contando el tiempo que le costaría ir hasta allí, hacer la compra y volver.
Por supuesto había empezado a nevar nada más salir de Idaho Falls, y no lo había dejado en los cuarenta y cinco minutos que le había costado volver. Había al menos un palmo de nieve acumulada en la calzada y sobre todas las demás superficies.
Aunque para ella era muy frustrante tener que conducir sobre la nieve, al menos proporcionaría el escenario ideal para la Navidad. Las coníferas de las montañas parecían decoradas con azúcar glas y el río de Cold Creek borboteaba en su curso entre placas de hielo.
Ojalá tuviera tiempo de disfrutar de todo aquello.
Y si hubiera tenido tiempo también de prestar atención a la conducción en lugar de ir pensando en la interminable lista de cosas por hacer que le aguardaba, no estaría en aquella situación. Pero circulaba un poco más rápido de lo conveniente al pasar sobre el puente que desembocaba en el inicio de los dos caminos, uno que daba acceso a la nueva y enorme casa de troncos de Pedro Alfonso, y el otro a la suya, y al tomar la curva los neumáticos habían patinado y no había podido evitar salirse un poco de la trazada y acabar contra el montículo de nieve.
Lo peor de la situación era que sabía lo que podía pasar. Llevaba desde los catorce años conduciendo por aquellas carreteras y sabía lo importante que era elegir la velocidad adecuada en función de las condiciones; sabía también que aquel tramo estaría resbaladizo y que debía concentrarse en la carretera y no en la ensalada verde que todavía tenía por preparar o en la salsa rosada al vodka que aún no había terminado para la pasta.
Y es que tenía tanta prisa porque todo saliera bien para la fiesta... iba a ser el evento de mayor envergadura de todo el año, el que esperaba que la diera a conocer en toda la zona.
Pero nada de todo aquello iba a ocurrir si no conseguía salir de aquel maldito montón de nieve.
Volvió a meter la marcha atrás. Si conseguía que las ruedas recuperaran un poco de tracción, la tracción delantera de la furgoneta podía hacer el resto, pero por mucho que lo intentaba pasando de marcha atrás a primera, las ruedas seguían girando locas escupiendo nieve, barro y grava.
Maldición. Querría echarse a llorar por el retraso, pera no tenía tiempo.
Miró por el retrovisor. Julia hablaba consigo misma en su sillita mientras jugaba con su muñeco de trapo favorito.
—Bueno, gusanita, me parece que vamos a tener que volver andando a casa. Iremos a por la camioneta grande de papá que tiene tracción a las cuatro ruedas y volveremos a por la comida.
No era para tanto. Tendría que caminar unos cuatrocientos metros desde allí hasta su casa. Si se daba prisa, podía tardar quince minutos en ir y volver.
Le quitó el cinturón de seguridad a y su hija sonrió.
—¿Abajo, mamá?
—Eso parece.
Se colocó a la niña a la cadera agradeciendo haber tenido la precaución de ponerse botas aquella mañana aun cuando no había nieve al salir.
Pasó por encima de las rodadas de la furgoneta e iniciaba el camino junto al río cuando oyó una camioneta que descendía hacia Alfonso’s Nest.
Apenas tuvo tiempo de rezar porque fuera Nicolas o Melina Parker, el capataz del rancho Alfonso y su esposa, cuando el coche se detuvo a su lado.
Al parecer nadie escuchaba aquella mañana sus plegarias ya que la cara que apareció al bajar el cristal de la ventanilla fue la de Pedro Alfonso.
—Parece que no le vendría mal que le echaran una manita.
El corazón le dio aquel ridículo salto al oír su voz y se sintió enrojecer. Ojalá él no se diera cuenta; estaría demasiado ocupado pensando en lo idiota que era por acabar atrapada en semejante montón de nieve.
—Iba a acercarme a casa a por la camioneta. Tengo compra en la furgoneta y debo sacarla enseguida.
—Vuelva a meter a la niña en la furgoneta, que estará calentita. Yo debo de llevar alguna cincha por aquí. La sacaré en un instante.
Hubiera querido mandarle a hacer puñetas por aquel tono autoritario, pero por primera vez en su vida comprendió el viejo dicho de que el orgullo era un lujo que no podía permitirse en aquel momento.
Debería sentirse agradecida por su ayuda, aunque le parecía humillante y molesto tener que quedar en deuda con él una vez más.
—Siento tener que molestarle. Es el segundo día consecutivo que tiene que acudir a rescatarnos.
El compuso una mueca de la que se deducía que estaba tan encantado como ella y de detrás del asiento de la camioneta sacó una cincha.
—Vamos allá—dijo.
Casi antes de que ella se diera cuenta, se había agachado en la nieve y estaba sujetando la cincha a su parachoques trasero. Aquel tipo debía de llevar más dinero como calderilla de lo que ella tendría en toda su vida, pero no parecía importarle demasiado mancharse un poco las manos. Era una faceta inesperada de un hombre que empezaba a parecer más complicado de lo que se había imaginado. Ató el otro extremo de la cincha al parachoques de su propia camioneta, y dijo:
—Ahora ponga el motor en marcha y sólo guíela cuando sienta que empieza a salir de la nieve.
Asintió y esperó a que se subiera a la camioneta y pusiera la tracción a las cuatro ruedas. Bastó con un mínimo movimiento para conseguir lo que diez minutos de hacer girar las ruedas no habían conseguido.
¿Otra lección quizás? Aceptar ayuda podía resultar humillante a corto plazo, pero podía ahorrarnos muchos padecimientos y luchas.
Pero no tenía tiempo de andarse con filosofías aquella mañana, sobre todo porque su lista de cosas por hacer era más larga que el camino de su casa e igual de resbaladiza.
—Gracias —le dijo por la ventanilla cuando Pedro volvió a desenganchar la cincha.
—No hay de qué. Será mejor que vaya despacio hasta que retiren la nieve del camino. Yo he patinado por lo menos cuatro veces.
—Lo sé, pero es que llevaba tanta prisa que no me he dado cuenta de lo rápido que iba. Gracias de nuevo.
Pedro la miró intensamente un momento antes de echar un vistazo al asiento de atrás. Julia sonrió y le saludó con un gesto de la mano.
—Hola, señod —dijo. Así era como llamaba a todos los hombres que conocía, desde su tío Pablo, pasando por el sacerdote y hasta llegar al cajero del supermercado.
—Hola —contestó él con un poco más de aspereza de lo habitual, y le dijo adiós con la mano.
Con los limpiaparabrisas a toda velocidad, Paula puso en marcha despacio la furgoneta y avanzó casi a tientas por entre la nevada que había cobrado una fuerza inusitada desde la llegada de Pedro. Iba tan concentrada en el camino intentando no patinar y acabar en las aguas heladas del Cold Creek que discurría en paralelo al camino que no se dio cuenta de que unas luces la seguían hasta que no estuvo prácticamente en su casa.
¿Pero qué estaba haciendo? A lo mejor se le había caído algo de la furgoneta al pararse y quería devolvérselo. O también era posible que hubiera decidido darle otra charla sobre sus habilidades de conducción, o más bien la carencia de ellas.
Pues no iba a tolerárselo. Se había atrevido a darle consejos sobre cómo educar a sus hijos, y al parecer ponía en entredicho su capacidad como madre porque sus hijos corrían libres y salvajes por el campo sin supervisión.
Y para colmo ahora debía considerarla una inepta por su conducción. Paró la furgoneta en el paraje, bajó y volvió a la puerta cuadrándose de hombros y dispuesta a una nueva confrontación.
—¿Ocurre algo? —le preguntó con suma frialdad cuando él bajó la ventanilla.
—Sólo quería asegurarme de que llegaba bien a casa. Le diré a uno de los muchachos que venga con el tractor a quitar la nieve del camino por si necesita volver a salir.
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