martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 28




Paula se llevó las manos a los riñones y se estiró, intentando deshacerse de la tensión que se le había acumulado en la espalda después de catorce horas de cocina.


Estaba agotada aunque la sensación no era desagradable, sino que obedecía más bien al cansancio agradecido que provenía de saberse artífice de un trabajo bien hecho. Había trabajado duro, pero era gratificante saber que su esfuerzo había alcanzado el éxito.


Rotó los hombros y siguió con la segunda carga del lavaplatos. Melina Parker iba a ayudarla a servir la cena y a recoger después, pero cuando se presentó por la tarde tenía las facciones desencajadas y la piel casi gris.


Había fingido encontrarse bien, pero siendo madre de cuatro hijos, Paula era toda una experta en sacarles información sobre temas delicados, de modo que tras aplicar en ella sus mejores habilidades en el campo interrogatorio, Melina acabó confesando que tenía una terrible migraña.


No podía dejarla sufrir aunque ello significara más trabajo, así que le ordenó que se fuera a descansar a una habitación a oscuras hasta que se encontrara mejor.


A pesar de todo el nerviosismo, el día había ido francamente bien. Su comida había sido bien recibida y eso era lo más importante. Todos los Henzog, a excepción de Elle, que debía cenar sólo apio y zumo de limón, habían sido muy efusivos con los elogios, e incluso Pedro se había comido una porción de filete mignon y otra de trucha.


Y no es que estuviera todo el tiempo fijándose en lo que hacía, que no.


Suspiró y siguió con los platos. Tenía que salir del Alfonso’s Nest antes de que llegar a obsesionarse por completo con aquel hombre.


Un día y medio más, cuatro comidas, y podría volver a su familia, la Navidad y a dormir tranquila sabiendo que tenía en el bolsillo la generosa paga de Pedro.


Como fuera tenía que dejar de pensar en él. Se había jurado quitárselo de la cabeza si es que quería ser capaz de conciliar el sueño, de modo que se obligó a pensar en la Navidad y en todo lo que le quedaba aún por hacer mientras ponía una fuente en una de las baldas superiores del armario; sus músculos ya cansados protestaron al estirarse y se echó mano al cuello para darse un masaje aunque sin conseguir nada.


Mientras lo hacía se paró un instante delante de la ventana para contemplar el resplandor de las luces del pueblo, apenas visibles en la boca del cañón de Cold Creel.


Pedro tenía una magnífica vista desde allí, mirara hacia donde mirase. La vertiente occidental de los Tetons se veía por encima de montañas de menor altura y las aguas de Cold Creek brillaban como plata a la luz de la luna.


Y la casa en su conjunto era maravillosa, aunque un poco fría. Necesitaba un poco más de vida: dibujos de los niños en el frigorífico con sus huellas en la puerta, unos cuantos juguetes por el suelo, quizás una mochila colgando en uno de los vacíos percheros que había junto a la puerta.


Sin duda necesitaba un poco de vida y calor. A lo mejor Pedro también lo necesitaba.


—Por lo que veo te vendría bien un buen baño caliente.


El sonido profundo de aquella voz le hizo volverse y se encontró frente al hombre que había ocupado la mayor parte de sus pensamientos durante el día, tan guapo y muy masculino con unos pantalones tostados y la camisa blanca con que se había vestido para la cena.


Y a pesar de lo que se había estado diciendo una y otra vez, el corazón se le aceleró y durante un momento fue incapaz de apartar la mirada de él.




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