martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 17




Parecía no tener ni idea de cómo interactuar con una muñequita de rubios bucles como Julia, y Paula decidió echarle una mano sacando la alianza de boda que llevaba colgando de una cadena para distraerla, una diversión que no fallaba nunca y a la que la niña se lanzó con un gritito de alegría.


—Espero que los niños no le hayan dado mucha guerra.


—No lo han hecho.


Ella se echó a reír.


—No tiene por qué sorprenderse tanto —dijo—. A veces se comportan como humanos y no como monos salvajes.


—Se han portado bien. Y me han ayudado mucho para encontrar el árbol. Ha sido... divertido.


Paula tuvo la impresión de que Pedro era un hombre que no se permitía diversiones con asiduidad.


—Me alegro —contestó—. También espero que no hayan intentado hacerle sentir culpable por lo de nuestro árbol.


—No, no. Bueno, excepto Hernan —admitió—. Ha hecho un par de comentarios despectivos.


—A Hernan le gustaría que todo fuera como antes de que muriera su padre —suspiró—. Le echa mucho de menos. Todos le añoran, pero Jose y Hernan estaban muy unidos, quizás por ser el mayor.


—Es comprensible.


—Supongo que ya le habrá dicho que no le ha parecido bien que vendiera el rancho. Creo que no comprende todos los factores que me empujaron a tomar esa decisión.


No le dijo que su hijo también se sentía muy unido a su abuela paterna, y que el ataque que Paty había sufrido había cambiado muchas cosas. Antes la madre de Jose era siempre dulce y abierta, dispuesta a ayudar a todo aquél que lo necesitase.


Ella misma tenía que recordarse casi constantemente que el daño cerebral que había sufrido en el ataque era el responsable de los cambios en la personalidad de Paty. Se había vuelto una mujer amargada y malhumorada que a veces vertía la frustración que su estado físico le provocaba sobre cualquiera que tuviese a su lado.


—Imagino que debe de ser duro para un muchacho ver a otra persona viviendo en el lugar que siempre había considerado su casa.


—Quizás, pero ahora es usted el dueño de Wagon Chaves... perdón, del Alfonso's Nest, y tiene todo el derecho a querer que los árboles sigan exactamente donde están. No debería sentirse culpable u obligado con mi familia o conmigo, ni con el árbol de Navidad ni con ninguna otra cosa.


—No pasa nada, Paula, de verdad. No me importa. Es usted libre de cortar otro árbol el año que viene. Uno, dos o tres, qué demonios. Ya plantaremos más.


Se lo quedó mirando un instante intentando calibrar su sinceridad. Parecía haber hablado con la mano en el corazón.


—Gracias. Los niños se van a volver locos de contento. Y le prometo que no cortaremos nada sin su permiso o el de Nicolas Parker si usted no está, pero si quiere que le diga la verdad, estoy deseando que acabe esta Navidad antes de empezar a pensar en la que viene.


—Lo comprendo.


Y le devolvió la sonrisa. Paula tuvo que calmar sus nervios, que se le habían disparado por lo guapo que estaba aquel hombre al sonreír.


Pedro montó.


—Deles las gracias a sus hijos una vez más por su ayuda.


—Lo haré. Adiós. Y si no volvemos a vernos antes de la próxima semana, le deseo una feliz Navidad.


La miró en silencio un momento, pero Paula tuvo la impresión de que quería decir algo más. Al final se llevó la mano al ala del sombrero, puso en movimiento el caballo y enfiló el camino de Alfonso's Nest.


—Adiós —se despidió Julia un poco triste, y Paula la abrazó.



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