martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 35
Vio a Pedro brevemente antes de que él y sus invitados salieran para las pistas de esquí mientras rellenaba los platos del bufé del desayuno.
El no la miró; parecía absorto en la conversación que mantenía con la hermosa y sofisticada Elle.
Menos mal. No quería tener otro encuentro que volviera a desequilibrarla. De hecho ya pasaba tiempo más que de sobra pensando en él.
Se marcharon poco después del desayuno y la casa quedó sumida en el silencio.
Tenía Alfonso's Nest sólo para ella y, puesto que tenía que volver a casa cuanto antes, no pudo resistirse a dar una vuelta por la casa, ya que sólo había visto hasta entonces la cocina y el comedor.
Decidió empezar por el salón principal, con su inmensa chimenea de piedra de río cuyo tiro era tan alto como dos pisos y con el árbol de Navidad que Pedro había cortado con sus chicos.
Frente al salón estaba la piscina cubierta y el jacuzzi en una estancia que contaba con dos enormes ventanales que daban al rancho.
Al igual que en la cocina no se habían olvidado de ningún detalle, desde las puertas de madera labrada a los estores eléctricos para las ventanas.
Desde luego era elegante, de líneas armoniosas y mobiliario confortable, pero incluso el árbol de Navidad parecía un poco fuera de lugar. Melina Parker le había contado que Pedro había hecho venir a todo un equipo de decoradores para que se ocuparan del interior. Quizás fuera ésa la razón de que el resultado fuese un tanto extraño. Hermoso sí, pero demasiado pulido. O quizás fuera la ausencia total de regalos al pie, algo que le había producido una punzada en el corazón.
Subió las escaleras acariciando un pasamanos brillante y frío, y al llegar arriba abrió una de las puertas. Debía de ser el dormitorio principal.
Estaba lujosamente amueblado: chimenea de piedra, zona de estar, enorme ventanal desde el que se veía su casa y el valle y una gran cama de madera con cuatro columnas.
Era exuberante y cómodo, pero sin detalles personales: ni fotografías, ni trastos, nada que mostrara la personalidad del hombre que la habitaba, lo cual para ella era muy triste, aunque bien pensado quizás tuviera todo eso en su casa de San Francisco, aunque le parecía poco probable. Le daba la impresión de que se había creado una vida totalmente centrada en sí mismo, sin distracciones ni detalles superfluos.
Pasó una mano por el edredón de diseño hasta que de pronto se obligó a apartarla. Tenía que olvidarse de aquel sueño y de la fascinación que aquel hombre ejercía sobre ella y volver al mundo real.
Faltaban tres días para Navidad y aún le quedaban un millón de cosas en su lista de asuntos pendientes. Desde luego había muchas otras cosas de las que preocuparse y no de Pedro Alfonso: un hombre que podía comprar y vender cuanto quisiera no apreciaría su compasión.
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