martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 41
Debió de quedarse dormida en el trayecto de diez kilómetros que los separaba del cañón, y no se despertó hasta que paró el motor delante de la puerta de su casa.
Un olor a cuero y a hombre le llenó los sentidos mientras abría los ojos, y se dio cuenta de que en algún momento de su sueño se había ladeado y tenía la cabeza apoyada en su hombro.
Por puro instinto se apartó bruscamente y un zarpazo de dolor le recorrió. Las heridas se habían despertado también. Se había olvidado del golpe en la cabeza.
Aun así se obligó a alejarse de él.
—Perdón. No era mi intención quedarme dormida.
El volvió a dedicarle su devastadora sonrisa.
—No te preocupes. Me alegro de haberte podido ofrecer el hombro. Incluso había pensado seguir conduciendo para que pudieras descansar, pero me he imaginado que te sentirías mejor estando en casa.
—Necesito ver a los niños. Llevo fuera demasiado tiempo.
El la miró un instante en silencio y Paula vio la culpa reflejada en sus ojos.
—Sabes que vas a necesitar ayuda, ¿verdad? ¿Puedes contar con alguien?
Sintió miedo al pensar hasta qué punto iban a complicarle la vida las heridas, pero lo ignoró.
—Hernan y Dario podrán ayudarme.
—Sólo son niños y no van a saber qué hacer si empiezas a hablar en sueños en plena noche por el golpe de la cabeza.
—Estaremos bien, Pedro —le aseguró con más confianza de la que sentía—, Gracias por llevarme a la clínica y todo lo demás.
De pronto recordó con claridad la conversación que habían tenido justo antes de que saliera como una tonta de su casa y acabara cayéndose por las escaleras.
«Contigo vienen responsabilidades y complicaciones que yo no puedo asumir... o mejor dicho, que no estoy interesado en asumir.
El rollo de niños y familia no es para mí y contigo tendría que serlo, ¿no? Lo siento, pero no eres la clase de mujer que quiero».
Qué humillante. Había salido de su casa dando un portazo decidida a no volver a verle y había acabado aterrizando de culo en su escalera. Y ahora él se veía obligado a cuidar de ella cuatro horas más tarde.
¿Serian posibles más enredos?
—Te agradezco de verdad que me hayas traído a casa —repitió, y fue a abrir la puerta, pero él se había bajado y estaba delante de ella antes de que hubiera podido tirar de la manilla.
Parecía molesto y tenía los labios apretados.
—Estás loca. Es la única explicación posible. Creía que eras testaruda, pero ahora estoy convencido de que estás completamente loca.
Se encogió de hombros. Debería sentirse ofendida, pero no tenía fuerzas para ello.
—Soy madre. Forma parte de la descripción del puesto.
—Pues estés loca o cuerda no pienso permitir que entres a la pata coja en tu casa y que te quedes sola en ella. Es evidente que no se puede confiar en que seas capaz de cuidar de ti misma, así que alguien tendrá que hacerlo por ti. Alguien que mida más de un metro veinte.
—¿Y en quién has pensado?
Su sonrisa era tan peligrosa como la de un león al acecha.
—Puedo quedarme en el sofá.
—¿Quién es el que ha perdido la cabeza? No puedes quedarte aquí.
—Ya verás como sí puedo.
—Pedro, mañana es Nochebuena, y el último lugar en el que querrás estar será en mi casa con cuatro críos que estarán de los nervios.
Algo extraño brilló en la profundidad de sus ojos, algo que no pudo identificar.
—Todos tendremos que adaptarnos, ¿no te parece? No pienso dejarte colgada, Pau. Fue en mi casa donde te hiciste daño, y eso me hace responsable de ti.
—Si es por eso, puedes quedarte tranquilo. Fui yo quien se cayó por la escalera. Fue un accidente. No tengas miedo de que vaya a denunciarte o algo así por algo que ha sido culpa mía.
—Esas cosas me importan bastante poco.
—Estoy segura de que a los abogados de tu empresa les encantaría oír lo que acabas de decir.
—A la mierda con los abogados. Esto es otra cosa. Soy responsable de lo que te ha pasado y pretendo asegurarme de que estás en buenas manos.
Paula se estremeció al recordar lo buenas que habían sido aquellas manos.
Estaba demasiado cansada para ponerse a discutir, así que ya lo arreglaría todo cuando hubiera podido descansar y fuese capaz de pensar con coherencia.
—Está bien. No tienes ni idea de dónde te estás metiendo, pero me duele demasiado la cabeza para pensar en discutir contigo, pero cuando tengas a los niños saltándote encima y temas que la cabeza te va a estallar recuerda que te lo advertí.
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