martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 36
La cena con sus invitados fue un éxito clamoroso, aún más que la de la velada anterior.
Paula se superó a sí misma con una selección de asado de pavo silvestre y medallones de cerdo tan sabrosos que creyó no haber probado jamás algo tan delicioso. Además de un cremoso puré de patatas y una ensalada verde con nueces tostadas, les ofreció tres clases de postres: crème brûlée de moca, galletitas de cereza con helado de vainilla casero y pastel de lima.
Había que reconocer que estaba maravillosamente dotada para la cocina. Podría encontrar trabajo de chef personal cuando quisiera. Es más: de no ser por las extrañas corrientes que circulaban entre ellos, le ofrecería un puesto permanente en Alfonso’s Nest.
Fue Melina quien sirvió prácticamente toda la cena, pero Paulaa entró en el comedor en un par de ocasiones: una para llevarle la Nutella a Amalia y otra para responder a una pregunta de Antonia sobre uno de los ingredientes de la sopa que resultó ser azafrán. Eso sí: ni una sola vez lo miró.
Actuaba como si Pedro no existiera. Y eso que le había dicho que quería que fueran amigos.
Desde luego el día había sido extraño de principio a fin. Aunque la nieve estaba suelta y perfecta y habían esquiado a fondo, se había sentido un poco fuera de lugar La culpa la tenían las dos chicas de la familia Chaves. No podía quitarse a Paula de la cabeza. Su sabor dulce y embriagador, sus curvas suaves y femeninas, la inesperada pasión de su respuesta.
No podría decir por qué un simple beso le había afectado de aquella manera.
Pero también culpaba de su distracción a una muñequita de menos de cinco kilos con una cabecita llena de bucles rubios y unos ojos tan verdes como los de su madre.
—Amigo mío, eres un anfitrión inmejorable.
Pedro centró de golpe su atención en el invitado que tenía sentado frente a él en otro de aquellos cómodos sillones de cuero de la biblioteca.
Pedro alzó el vaso del whisky.
—Gracias. Yo he disfrutado mucho de vuestra presencia en Alfonso's Nest. Espero que tengáis la confianza de utilizar mi casa en cualquier otro momento, esté yo en ella o no esté.
—Me pregunto si serías tan generoso si acabara decidiendo no venderte Hertzog Communications.
Pedro enarcó las cejas mientras le servía otro whisky.
—¿He de considerar tus palabras como un anuncio?
Frederick lo estudió en silencio un instante acompañados del crepitar de la leña en la chimenea.
—Desde luego tienes nervios de acero, Alfonso. No, no es un anuncio. Lo cierto es que ya había tomado una decisión antes de venir a Alfonso's Nest. La compañía es tuya si la sigues queriendo. "Tu oferta es generosa. Conozco tu trabajo y sé cómo has tratado otras empresas al comprarlas, y estoy convencido de que tratarás a mi personal con cuidado. Es lo que más me preocupa.
Había ganado y debería celebrarlo. Aquél era el momento fascinante que tanto saboreaba: el de la victoria, más intenso que el mejor de los escoceses.
Pero en aquel momento se sintió vacio, y tuvo el descabellado deseo de tener con quien compartir las noticias.
—¿No tienes nada que decirme? —preguntó Frederick.
Aquello no estaba saliendo como se esperaba.
Debería estar loco de alegría, y no peleándose con la sensación de que todo lo que hasta entonces le importaba había perdido significado.
—Perdona, Frederick. Estoy encantado, por supuesto. Gracias. Tu decisión es una noticia maravillosa. Puedes estar seguro de que haré todo lo que esté a mi alcance por cuidar lo que tantos años te ha costado construir. Mañana por la mañana llamaré a los abogados para que empiecen con el papeleo.
Frederick hizo un gesto de impaciencia.
—Estamos en Navidad. ¿No crees que todo eso puede esperar? Deja que tu gente disfrute de sus vacaciones. No pienso alterar mi decisión desde el día de hoy al veintiséis de diciembre.
Pedro se obligó a sonreír No estaba acostumbrado a que lo reprendieran, y menos alguien a quien respetaba tanto como Frederick Hertzog.
—Tienes razón —dijo después de un momento—. Todos los detalles pueden esperar hasta después de las vacaciones.
Frederick lo observó en silencio.
—¿Cómo vas a pasar tú la Navidad cuando nos hayamos ido nosotros mañana?
Pedro no estaba seguro de querer responder a esa pregunta. Su plan de hacerse una escapada a caballo y en solitario por las montañas podía parecer bastante aburridos a un hombre como él, que vivía para su familia.
—Aún no lo sé con seguridad.
—Ah. ¿Demasiada oferta?
—Algo así.
Frederick volvió a mirarlo con atención.
—¿Por qué no tienes esposa e hijos?
Pedro cambió de postura en el sillón. Se sentía muy incómodo con aquella pregunta.
—Supongo que porque no ha sido una prioridad en mi vida.
—¿Y por qué no? Perdóname por darte mi opinión de viejo sin que me la pidas, pero creo que un hombre necesita tener una familia a su alrededor, sobre todo a medida que los años pasan. Puede que pienses que tener casas maravillosas, tierras y empresas es suficiente para ti, pero cuando se llega a los setenta y cinco como yo, te das cuenta de lo poco que significan esas cosas. La familia. Eso es lo importante. La alegría de ver crecer a tus nietos, de saber que has educado a un hijo bueno y honrado, de tener a tu esposa al lado y de sorprenderte de que te parezca más hermosa a medida que pasan los días. En eso reside la verdadera felicidad.
Pedro volvió la mirada al fuego y deseó poder taparse los oídos para no escucharle.
¿Qué le estaba pasando aquella semana?
Había llegado a Alfonso's Nest hacia cinco días, cómodo y satisfecho con su vida. Su empresa había alcanzado un éxito que iba más allá de lo que se había atrevido a soñar, había encontrado el emplazamiento ideal para su rancho y tenía todo lo que podía imaginar.
Si a veces se preguntaba por qué trabajaba tan duro se contestaba que era porque formaba parte de la vida tal y como la tenía planteada.
Pero todo aquello estaba cambiando de algún modo. Todo lo que había conseguido le resultaba vacío. Sin sentido. Por primera vez estaba empezando a darse cuenta de hasta qué punto había dejado fuera a todos de su vida.
Sus amistades eran casi todas superficiales y las mujeres que pasaban por su vida eran pasajeras.
Se había acostumbrado a confiar sólo en sí mismo, pero estaba empezando a preguntarse si no habría cometido un terrible error.
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