martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 26





Pedro se mantuvo alejado de la cocina durante el resto del día, aunque le costó lo suyo conseguirlo. Con la fascinación que ejercía Paula sobre él, no lo habría conseguido de no haberse pasado la mayor parte de la tarde lejos de la casa con los Hertzog, o al menos con Frederick, Dierk y los niños. Antonia y Elle habían decidido pasársela en la casa relajándose en la bañera mientras el resto salía a montar a caballo.


Cabalgaron por las montañas cubiertas de nieve que quedaban próximas a la casa, en un camino que uno de sus hombres había allanado con la oruga de nieve para que resultara un poco más accesible a los caballos.


La madre naturaleza cooperó proporcionándoles una tarde maravillosa, aderezada sólo con unos cuantos copos blandos de nieve que transformaron el escenario en una acuarela.


Les mostró el rebaño de alces que invernaban en uno de los pastos a mayor altura y la cascada de dieciocho metros que estaba empezando a congelarse.


Varias horas más tarde volvieron a la casa cansados y muertos de hambre justo cuando el ocaso se desparramaba por el valle y las luces de la casa de Paula lucían ya sobre la nieve.


El árbol de Navidad que los chicos y él habían cortado brillaba a modo de bienvenida a través del cristal de la ventana y se sintió de pronto enormemente agradecido de que le hubieran convencido de ponerlo. Alfonso’s Nest se veía cálida y acogedora, exactamente como él siempre había soñado.


—Hay algo que huele de maravilla —comentó Frederick nada más entrar.


El estómago de Pedro protestó ruidosamente al percibir los aromas que se escapaban de la cocina, mezcla de carne asada, pan horneado y algo dulce y con olor a chocolate.


—Estoy muerto de hambre —dijo Gregor.


—Hay que ducharse antes de cenar —contestó su padre con firmeza—. Olemos todos a caballo.


Tras darle las gracias por el paseo y la visita al rancho, los cuatro subieron escaleras arriba a sus habitaciones. Mucho después de que sus voces hubieran quedado apagadas, Pedro seguía en el vestíbulo, resistiéndose al deseo de seguir el curso de aquellos deliciosos aromas hasta la mujer aún más deliciosa que los había creado.


No podía comprender la fascinación que ejercía sobre él o los inexorables lazos que los unían aun cuando llevaban varias horas separados. 


Tuvo que emplearse a fondo para poder resistir.


Con un suspiro se obligó a subir escaleras arriba para ducharse y vestirse para la cena. Paula sólo estaría allí unas horas más antes de volver a su casa, al escándalo de sus hijos y al caos de su vida.


Sólo tendría que ser capaz de pasar el trago de la cena.



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