martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 40
Una hora más tarde Jeronimo Dalton hacía una mueca al ver su radiografía.
—En fin, Pau, que te has hecho un trabajito estupendo.
—Lo sé. Soy una torpe.
Jeronimo sonrió.
—¿Y cómo iba a pagarme yo las facturas de no ser por las torpes como tú? Estaría en el paro.
Paula le devolvió la mueca. Sabía perfectamente bien que Jeronimo Dalton era seguramente el médico peor pagado de todo Idaho. Abría su clínica al menos dos días al mes para la gente que no tenía seguro médico y él y Maggie, su esposa, pasaban varias semanas en Centroamérica trabajando como voluntarios en las zonas más empobrecidas.
A pesar de lo mucho que le admiraba y de lo que le gustaba como persona, y aparte del hecho de que considerase a Maggie como una de sus mejores amigas, preferiría estar en cualquier otro lugar del mundo antes que allí, sentada en una camilla con un camisón de hospital.
—A ver: ¿prefieres antes las noticias malas o las buenas?
—Qué rabia me da que me digas eso. Creo que prefiero antes las buenas para poder tener algo positivo a lo que agarrarme cuando me des las malas.
—Bueno, pues que tienes una conmoción leve.
—¿Y ésa es la buena noticia?
—Podría ser peor, cariño. Y me alegra poder decirte que no te has roto el tobillo, que sólo tienes un esguince. Tendrás que guardar reposo durante un par de días, pero podrás bailar en Nochevieja, no te preocupes.
—Bueno, algo es algo. ¿Y la muñeca? ¿Es ahora cuando vienen las malas noticias?
—Podría decirse que sí. Mira —dijo, y giró el monitor del ordenador para mostrarle la imagen.
Si los calmantes que le había administrado la enfermera no la hubieran dejado medio grogui, la imagen habría bastado por sí sola. Los huesos formaban un ángulo imposible.
—Así que me voy a pasar la Navidad escayolada. Podría haber sido peor, ¿verdad?
Jeronimo se puso serio.
—Paula, estoy casi seguro de que vamos a necesitar cirugía. A eso me refería con lo de las malas noticias. Me temo que no voy a poder ocuparme de ello aquí en la consulta. Llamaré al hospital de Idaho Falls y veré si pueden darte cita para hoy o mañana.
Pensó en todos los planes que había hecho: en ir a ver las luces de Navidad, leer historias después de la cena con la abuela de sus hijos...
—No. De eso nada. Jeronimo, mañana es Nochebuena, y mis hijos no pueden volver a quedarse sin fiestas.
—Me temo que no vas a tener elección, al menos en lo de la cirugía, pero nadie dice que vayas a tener que dejar a tus hijos sin fiestas. Seguramente podrán operarte por la mañana y estarás en casa por la tarde.
—¿No podrías escayolármela y que me la operaran después de Navidad? ¡Por favor, Jeronimo! Me había prometido que nada en el mundo echaría a perder las fiestas de mis hijos. Ya sabes cómo han sido las cosas para nosotros estos últimos años. Hace dos años Jose se moría y el año pasado Paty tuvo un ataque y Julia una neumonía. No puedo volver a estar en el hospital. Todo tiene que ser perfecto este año.
—No hay nada perfecto, Paula.
—Lo sé, pero no quiero volver a estar en un hospital esta Navidad.
Jeronimo la miró un instante y suspiró.
—Es difícil llevarte la contraria. No te habrá dado clases Maggie, ¿verdad?
—Es un don que compartimos —contestó con una sonrisa—. ¿Qué otra cosa puedo decir?
—Puedo intentar arreglártelo aquí. No estoy seguro de poder colocar los huesos, pero podemos probar. Pero te advierto que no será fácil.
¿Y qué lo era en su vida?
—Gracias, Jeronimo. Sólo necesito que me ayudes a pasar la Navidad en casa. Luego podrás operarme de lo que quieras.
—Yo no quiero operarte de nada. Preferiría tenerte en casa sana y salva.
Ella asintió. No podía poner en palabras lo agradecida que se sentía. Era fantástico que Jeronimo hubiera decidido ejercer en Pine Guien.
—Vamos a tardar un rato y tendré que sedarte. ¿Están bien tus hijos?
Eso esperaba. Los había llamado de camino a la clínica y todo parecía bajo control, pero con sus niños eso podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos.
—Sí. Erika está con ellos y Teresa ha dicho que iba a ayudarla.
—¿Y cómo vas a volver a casa? ¿Puede quedarse Alfonso para llevarte? No vas a poder conducir durante un tiempo.
—Dile que se vaya a su casa. Teresa o mi hermano me llevarán.
—Lo intentare, pero parece muy decidido a quedarse en la sala de espera. No sé si voy a conseguir que se mueva. Pasa a otra sala y yo iré a hablar con él.
Como era de esperar, Jeronimo volvió poco después con Maggie, una aterradora bandeja de instrumental médico y la noticia de que Pedro insistía en quedarse hasta que tuviera los huesos colocados y la escayola puesta.
Paula quiso protestar, pero la medicación que le había administrado Maggie para el dolor le había embotado la cabeza y no era capaz de pensar con claridad, de modo que la hora que siguió pasó como en una nebulosa. Jeronimo se aseguró de que tuviera todo el brazo dormido y aprovechó la oportunidad de que estuviera charlando con Maggie sobre zapatos, compras y la nieta de los Dalton, Ada, que estaba pasando la tarde con su abuela.
Después recordaba vagamente que Jeronimo le advertía que no mirase mientras él le unía los fragmentos de hueso y que a continuación terminaba con una nueva radiografía para asegurarse de que todo quedaba bien colocado.
También recordaba a Maggie ayudando a Jeronimo a ponerle una escayola color rojo, que seguro iba a quedar de maravilla con su vestido nuevo.
Jeronimo le dijo que se pasaría por su casa al día siguiente para ver cómo iba y que tendría ella que pasar por la consulta el día veintiséis para que le hiciera otra radiografía.
Mientras, debía abstenerse de apoyar el pie del esguince.
—Te daría unas muletas, pero teniendo un brazo escayolado te iba a ser bastante difícil moverte. Tendrás que usar un bastón y darme tu palabra de que no apoyarás el pie.
Paula asintió, aunque se preguntaba al mismo tiempo cómo prepararía la cena de Navidad si no podía mantenerse de pie. Algo se le ocurriría.
Siempre era capaz de encontrar una solución.
Pedro se levantó como un resorte en cuanto Jeronimo salió empujando una silla de ruedas.
Paula se sonrojó al comprobar que había estado esperándola más de una hora en aquella sala de espera llena de niños que lloraban y que se sorbían los mocos.
—¿Pero qué haces aquí? Mi hermano o mi cuñada habrían podido llevarme a casa. Ahora te he estropeado todo el día.
—El día aún no ha terminado —contestó Pedro con una sonrisa, y Paula habría jurado que varias de las madres presentes en la sala dieron un suspiro soñador—. ¿Estás preparada?
Paula miró a Jeronimo buscando confirmación.
—Tómate los calmantes que te he dado a su hora —dijo el médico con severidad—. No intentes hacerte la heroína o lo pagaras caro.
Ella asintió y de pronto el cansancio se le agolpó mientras Pedro empujaba la silla hacia su monovolumen.
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