martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 47
Abrió la puerta y encendió la luz antes de dejarla sobre un edredón de rico damasco.
Por alguna razón se esperaba que el dormitorio fuera algo liviano y femenino. Lavanda quizás, con encajes, almohadas, volantes y demás, pero resultó ser dramático y brillante, con colores fuertes y mobiliario antiguo. Había colocado un pequeño árbol de Navidad delante de la ventana, al igual que en los dormitorios de los niños, decorado con pequeñas fotografías enmarcadas, seguramente de sus hijos.
—¿Quieres que te traiga algo? ¿Un camisón o un pijama?
—Creo que no —contestó con más arreboles en las mejillas—. Puedo ir a la pata coja hasta el baño y el vestidor está de camino. Eh... gracias por subirme y por todo lo demás.
—No hay de qué.
Se quedó mirándola peleando contra el deseo de volver a tocarla. Estaba tan preciosa, con el pelo revuelto de dormir y la piel tan sonrosada y suave.
La miró a los ojos y vio en ellos la misma necesidad que sentía él, una necesidad que podría controlar mucho más fácilmente si se tratara sólo de atracción física, pero se temía que estaba convirtiéndose en mucho, mucho más.
Para no tocarla, se metió las manos en los bolsillos de atrás del pantalón.
—Buenas noches. Yo dormiré en el sofá. Así podré oírte si necesitas algo.
Le dio la impresión de que iba a oponerse, pero al final no lo hizo, y menos mal, porque si se quedaba allí aunque fuera sólo un minuto más iba a tener que meterse en aquella cama junto a ella, y al diablo con la muñeca rota y las consecuencias.
—Buenas noches, Pedro. No sé cómo voy a poder devolverte todo lo que estás haciendo.
Desde que estás aquí, se está convirtiendo en costumbre que andes rescatando a los miembros de esta familia.
—Eso es lo que hacen los vecinos, ¿no?
Y salió de la habitación.
En las dos ocasiones anteriores en que había subido las escaleras, primero con Julia y luego con Paula, iba tan preocupado por las mujeres de la familia Chaves que no se había dado cuenta de las fotografías que colgaban de las paredes.
Las imágenes mostraban la evolución de la familia. Había fotografías de todos los niños en distintas etapas de crecimiento. Eran todas muy bonitas.
Le llamó en particular la atención la mayor de todas, un retrato de la familia entera tomado en otoño en plena naturaleza. Delante aparecía un trío de chiquillos rubios unos años menores y los padres sonrientes colocados detrás. Paula estaba preciosa y parecía feliz. A su lado aparecía un hombre cuyo aspecto era el que tendría Hernan dentro de unos años. Tenía el rostro curtido por el sol y el pelo rubio, un par de tonos más oscuros que Paula, y sonreía mirando a su familia como una persona consciente de tener todo lo que se puede desear.
Sintió que el corazón se le encogía por Jose Chaves, que había sido arrancado de su familia, que no vería crecer a los niños que posaban junto a él y que ni siquiera había conocido a su preciosa hija.
Siguió bajando las escaleras pensando en el amor que se desbordaba de sus rostros.
Se encontraba en una casa llena de gente, pero jamás había sido tan consciente como en aquel momento de su soledad.
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