martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 4
Pedro no sabía muy bien cómo contestar a aquella pregunta. Sabía lo que pensaba de que los muchachos se le colaran en el rancho y no tuvo ganas de sacar el tema, pero por otro lado tenía que saber lo que andaban haciendo.
—De la cerca de madera que sale del camino.
—En la que conduce a su rancho, ¿verdad? —dedujo.
—Sí.
—¿Y qué hacía encaramado a una cerca?
No daba la impresión de estar convencida de querer oír la respuesta.
—Supongo que caminar por el alambre.
Ella suspiró.
—Les he dicho montones de veces que no deben entrar en su propiedad, y no me gusta que hayan vuelto a ponerme en esta situación.
—¿A qué situación se refiere?
—A tener que pedirle disculpas otra vez.
De nuevo el desdén brilló en su mirada y Pedro intentó no molestarse.
—Desde luego no pretendo decirle cómo debe educar a sus hijos —contestó en un tono algo más duro de lo normal—, pero tendrá que hacer algo para que comprendan lo que quiere decirles. Un rancho de trabajo es un lugar peligroso para tres niños tan pequeños, señora.
Su expresión se volvió aún más fría.
—Creo saber perfectamente bien lo peligroso que puede ser un rancho, señor Alfonso. Puede que incluso mejor que usted.
De pronto recordó por qué se había visto obligada a venderle el rancho a él: su marido había resultado muerto en un trágico accidente acaecido en el rancho dos años antes, que a ella le había dejado deudas y facturas a las que no había podido hacer frente y que le habían obligado a vender unas tierras que llevaban generaciones siendo de su familia.
Lo había recordado demasiado tarde, pero aun así seguía teniendo razón a pesar de la falta de tacto.
—Entonces usted, más que ninguna otra persona, debería recalcar a sus hijos todos esos peligros. Hay cien maneras de hacerse daño, como ha ocurrido hoy.
—Le agradezco la preocupación —le contestó en un tono tan tenso y despectivo que ofrecía un vivo contraste con la suavidad de sus formas de mujer—. No pase cuidado, que volveré a decirles que se mantengan alejados del Alfonso’s Nest.
—Hágalo, por favor.
Se caló su Stetson consciente de que debía parecerle un imbécil de primera categoría, pero no se le ocurría otro modo de hacerle llegar al mensaje tanto a ella como a sus muchachos.
—Sé que ni usted ni yo queremos que los chicos puedan hacerse daño de verdad, pero he de decirle que en caso de que ocurriera no podría hacerme usted responsable de ello, sobre todo habiéndole avisado tantas veces de su costumbre de colarse en mi propiedad.
—Recojo su advertencia, señor Alfonso.
Pedro suspiró. Se pasaba la vida negociando grandes acuerdos de negocios con los que había conseguido llevar a Alfonso Enterprises a la escena internacional en tan sólo doce años.
¿Por qué entonces no era capaz de interactuar con aquella mujer sin terminar con la sensación de ser un cruce de Simon Legrée y lord Voldemort?
Lo mejor sería encargarle a su gente que volviera a hacerle una oferta por aquel pedazo de tierra y la casa. La única solución al problema era que ella le vendiera su parcela y que se largase a cualquier lugar en donde le diera la lata a otro.
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