martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 52




—¡Mamá! ¿Ya es por la mañana? ¿Podemos bajar ya? 


Paula se dio la vuelta con un gruñido. A la luz del pasillo vio a sus cuatro hijos... incluso a Julia, que estaba medio dormida en brazos de Hernan. Seguro que sus hermanos la habían despertado para poder presentar un frente unido.


Miró por la ventana. Apenas había amanecido y el cielo ni siquiera se pintaba aún de gris.


—Pero si no son ni las seis. ¿Seguro que no queréis dormir un poco más?


—¡No! —exclamó Kevin—. Santa ya ha venido. ¡Lo sé! ¿Podemos bajar, mamá? ¡Por favor!


—Está bien —suspiró—. Que todo el mundo se meta en mi cama hasta que yo me asegure de que todo está listo —dijo. Había una regla no escrita de que todos tenían que bajar juntos, así que antes encendería el fuego y las luces de Navidad.


Se lavó rápidamente los dientes, la cara y se recogió el pelo en una coleta; menos mal que se había duchado la noche anterior.


Olía a café y, al bajar, se encontró con que Pedro no estaba ya en el sofá y que la almohada y las sábanas estaban dobladas y colocadas.


El fuego estaba encendido, lo mismo que las luces del árbol.


¿Se habría marchado?, se preguntó sorprendida por lo vacía que se sentía ante esa posibilidad. 


Pero cuando oyó un murmullo de voces en la cocina su humor cambió de inmediato.


Se detuvo en la puerta. Aquello era increíble: Paty y Pedro estaban sentados a la mesa de la cocina tomando café y charlando como viejos amigos.


—Buenos días —la saludó Paty.


—Hola.


—Paty y yo estábamos hablando de los nuevos métodos que quiero implantar en el rancho. Uno de estos días la llevaré a ver la rotación de pastos y a cambio ella va a decirme cómo hacían para que todo creciera en la parcela ésa de donde sale el camino de la ladera.


Paula no se habría sorprendido más si los hubiera encontrado bailando un rock&roll.


—Bien, bien —balbució—. Los niños ya se han despertado y están como locos por bajar. Como tarde en darles permiso me van a echar abajo la cama.


Paty se echó a reír.


—Nuestro Jose hacia lo mismo. No podía esperar a que su padre pusiera en marcha el tomavistas con el que nos deslumbraba todas las Navidades.


Paula tocó el hombro de su suegra y Paty puso una mano sobre la suya.


Iban a tener un buen día. O eso esperaba.


Salieron al salón y Paula le cedió a Pedro la cámara de video.


—¡Mamá! ¿Podemos bajar ya? —preguntó Dario desde lo alto de las escaleras, y los adultos intercambiaron una sonrisa.


—Será mejor que bajéis, no vaya a ser que Papá Noel decida llevarse todo esto de vuelta al Polo Norte.


Con un griterío ensordecedor los chiquillos bajaron a todo correr y comenzó la diversión.




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