martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 37




Casi había terminado.


Los Hertzog se habían ido hacia poco para tomar el avión en el aeropuerto de Jackson Hole que los llevaría a Aspen, donde querían finalizar su viaje de esquí. Les había preparado para el camino crostinis, salchichas de foie de pollo y patatas al romero.


Se llevó una buena sorpresa cuando Antonia la abrazó antes de marcharse y le dejó una tarjeta con su dirección de correo electrónico rogándole que le enviara algunas recetas de los platos que había preparado para ellos.


Frederick Hertzog le estrechó la mano y le agradeció solemnemente, aunque con un brillo travieso en la mirada, que les hubiera preparado comidas que alimentaban tanto el estómago como el alma.


Incluso Amalia le dedicó una tímida sonrisa y le dio las gracias en voz baja.


Sólo le faltaba para terminar fregar unas cuantas cosas y terminar de guardar las sobras en recipientes marcados para Pedro.


Se alegraba de que todo hubiera terminado. 


Aquellos dos días se le habían hecho interminables aunque había disfrutado con el trabajo. Tener la libertad para crear comidas sin ingredientes ilimitados había sido un desafío y una recompensa al mismo tiempo.


Pero no podría volver a hacerlo. Aunque Pedro le ofreciera un avión privado que la llevara a una de sus fiestas tendría que declinar el ofrecimiento. Dos días en Alfonso's Nest habían sido más que suficiente. No podría volver a trabajar para él peleando con aquella atracción irracional que no conseguía sofocar.


Pero encontraría el modo de hacerlo. Una vez se alejara de él y volviera a sumergirse en el flujo de su vida, ni siquiera tendría tiempo para pensar en Pedro Alfonso, en el calor de su beso o en las sensaciones que había despertado en su interior y que ella creía enterradas junto a su marido.


Quince minutos más tarde, secó la última bandeja y la devolvió a su sitio; luego miró a su alrededor para asegurarse de que no se olvidaba de nada.


—Supongo que te alegras de haber terminado.


Pedro estaba en la puerta y su corazón se aceleró. Y ella que se juraba poder acabar con su atracción...


Por alguna razón no esperaba verlo antes de marcharse. No quedaba nada pendiente entre ellos ya que su asistente se había encargado de enviarle la cantidad acordada el día anterior. De hecho aquella misma mañana había transferido los fondos para pagar el pequeño préstamo que había pedido para su negocio, lo cual le había proporcionado una inmensa alegría.


La verdad es que no quería verlo. Sin embargo allí estaba, con sus vaqueros su camisa y aquellas botas.


—Mis hijos están deseando recuperar a su madre para poder volver a algunas de nuestras tradiciones navideñas —dijo.


El entró en la cocina y se apoyó contra la encimera.


—¿Qué tradiciones son ésas?


—Ah, nada del otro jueves. Esta noche vamos a ir a ver las luces de Navidad del pueblo. Mañana es Nochebuena e iremos a Idaho Falls a recoger a mi suegra, que pasará la noche con nosotros. Seguramente iremos con ella al cine o algo así; luego cenaremos, leeremos cuentos y jugaremos delante del fuego hasta que los chicos se rindan y se vayan a dormir. Este año me temo que va a ser bastante tarde porque Hernan me ha dicho que tiene pensado quedarse despierto por lo menos hasta las once.


Estaba parloteando como un loro y él la miraba con una expresión indescifrable en sus ojos azules. Seguramente era de puro aburrimiento.


—Supongo que te debe de parecer aburrido hasta morirse, ¿no?


—Te sorprenderías —murmuró.


No supo qué contestar así que cambió de tema.


—¿Y tú qué vas a hacer?


—Parece que a todo el mundo se le ocurre hacerme la misma pregunta. Tengo que trabajar hoy y mañana.


—¿Trabajas en Nochebuena?


—Tengo varios proyectos en ejecución y he pensado ponerme al día con la investigación que tengo que hacer.


Qué triste. En lugar de celebrar la Navidad con familiares y amigos, pensaba encerrarse en aquel inhóspito caserón y dedicarse a leer informes. No podía imaginarse nada más deprimente.


—¿Y el día de Navidad? —le preguntó, aunque no sabía por qué tenía tanto interés por conocer sus planes.


—No lo sé. No mucho. La verdad es que no suelo celebrar la Navidad. Me pasaría los días trabajando, pero es difícil porque todo el mundo anda de vacaciones. Supongo que haré una excursión a caballo y luego me meteré en casa con una copa y la bañera llena.


Paula cayó en la cuenta de que lo que siempre había tomado por frialdad y dureza ocultaba en realidad una profunda soledad. ¿Por qué no se habría dado cuenta antes?


—Puedes venir a cenar a casa si quieres —dijo por impulso.


El la miró sorprendido.


—No sabía que tuvieras por costumbre invitar a gatos perdidos a tu mesa.


Si él era un gato perdido, desde luego estaba extraordinariamente bien cuidado, pero ya no podía echarse atrás.


—Una persona más en la mesa no se notará, sobre todo este año. Normalmente mi hermano y su familia cenan también con nosotros, pero se van mañana por la mañana a un crucero, así que estaremos solos los niños, mi suegra y yo.


De pronto le vino a la cabeza un detalle que tendría que comentar.


—Tengo que advertirte, eso sí, que Paty, la madre de mi difunto marido, puede ser a veces un poco... difícil. Hace un año tuvo un ataque que le ha dejado daños cerebrales, y eso le ha provocado un cambio en su personalidad. Y lamento decir que no ha sido para mejorar. Siempre ha sido una mujer de mucho carácter, pero desde el ataque se ha vuelto... eh...


—¿Mala?


—¿Cómo lo sabes?


—Hernan me ha contado unas cuantas cosas que dijo sobre mí, y no eran precisamente halagos.


Paula se encogió. No era difícil imaginar qué le habría dicho. Pedro y Alfonso's Nest eran uno de los motivos favoritos contra los que arremeter. 


No podía entender por qué su nuera le había vendido el rancho y nunca le había podido explicar que el cómodo centro asistido en el que vivía nunca habría podido entrar en su presupuesto de no haberlo hecho.


—Lo siento. Es una mujer estupenda la mayor parte del tiempo, pero tiene sus momentos.


—¿Y sigues trayéndotela a tu casa en Navidad?


Paula suspiró.


—No tiene otra familia. Jose era hijo único y el Wagon Chaves era su hogar mucho antes de que pasara a ser mío. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Mis hijos la quieren mucho y nunca ha sido cruel con ellos.


—¿Sólo contigo?


Bajó la mirada. Pedro era demasiado perceptivo.


—No mucho. De todos modos y si no te he asustado demasiado, serás bienvenido si te decides a cenar con nosotros. Seguramente estaremos solos los cuatro y a mis hijos les gusta tu compañía. Incluso Julia parece encantada contigo. Ayer se pasó la tarde diciendo señor, y me imagino que se refería a ti ya que eres el único hombre nuevo en su vida.


Pedro sonrió. Era curioso cómo se iluminaban sus facciones. Con una simple sonrisa era capaz de alterarle la sangre.




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