martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 29





—No te he oído llegar.


—Parecías perdida en tus pensamientos, además de cansada de estar de pie todo el día.


Dio un par de pasos y Paula se preguntó cómo era posible que aquella enorme estancia pareciera de pronto tan llena y claustrofobia.


—Estaba pensando en lo bonita que es la vista que tienes desde aquí. Llevo todo el día preguntándome por qué el tatarabuelo de Jose no construiría la casa aquí. Supongo que en aquellos tiempos lo más natural era construirla lo más cerca posible del agua, pero este sitio es mucho más bonito.


—Supongo que los primeros pobladores de Pine Gulch tenían otras cosas en mente aparte de la estética. La supervivencia pesaría más en la decisión.


—Seguramente.


Sabía bien lo que era vivir pensando sólo en la supervivencia. Era lo que había hecho ella en los meses terribles que se sucedieron tras la muerte de Jose, luchando desesperada por mantener el rancho a flote estando embarazada, embargada por la pena e intentando ser fuerte por sus tres hijos, que tanto echaban de menos a su padre.


Pero el tiempo pasó, y ella pasó página también. 


Día a día aquel mundo sin color y barrido por el viento dio paso a la luz del sol. El nacimiento de Julia contribuyó enormemente a ello, lo mismo que también contribuyó vender el rancho, a pesar de la agonía que fue para ella tomar esa decisión.


—Estás invitada a utilizar la piscina o el jacuzzi siempre que quieras. Antes dijiste en la cena que tenías que volver a casa junto a tus hijos, pero si te apetece venir mañana por la mañana temprano puedes hacerlo, o incluso si te parece mejor después de que nos hayamos ido a esquiar.


Se imaginó a sí misma disfrutando de aquella lujosa piscina cubierta desde la que se dominaba todo el valle, una imagen particularmente grata doliéndole como le dolían todos los músculos del cuerpo, pero sabía que jamás podría sentirse tan cómoda en la casa de Pedro.


—Gracias, pero ahora mismo lo único que quiero es una buena ducha caliente y mi cama.


Por un segundo algo brillante apareció en sus ojos y ella sintió que se le encogía el estómago. Respiró hondo para recuperar la calma, fastidiada por ser tan débil en lo referido a él.


—¿Está ya todo preparado para mañana? ¿Necesitas algo más?


—Creo que no. Según el menú que me envió tu asistente, el desayuno iba a ser panqueques de manzana y nueces de macadamia con zumo de naranja. Yo he añadido salmón ahumado y espárragos verdes a la parrilla. ¿Te parece bien?


—Se me hace la boca agua sólo de pensarlo, aun teniendo la tripa llena con tu maravillosa cena.


—He pensado que os vendrían bien algunas proteínas para ir a esquiar. A mí siempre me sentaba bien tomar una buena dosis de proteínas en el desayuno antes de subir a las pistas.


—¿Esquías?


—Practicaba snowboard en el instituto, aunque parezca increíble.


El se echó a reír y ella sonrió.


—No sé si tu cara de sorpresa debería ser un insulto. ¿Te parezco demasiado vieja y apoltronada para que me guste la tabla?


—Qué va. Sólo intentaba asimilarlo. Estás llena de sorpresas, ¿eh?


¿Qué querría decir con eso? Paula enrojeció al recordar su reacción de aquella mañana.


—No se me daba mal, pero hace mucho tiempo que no practico. Antes íbamos con los niños a Jackson, pero estos últimos años no he tenido mucho tiempo.


—¿Por qué no os venís todos mañana con nosotros?


Entonces fue ella quien compuso una expresión de sorpresa.


—¿Quién está lleno de sorpresas? ¿De verdad estás invitando a mis hijos a pasar el día esquiando con los invitados extranjeros cuyos intereses europeos estás intentando comprar? ¿Es que has perdido la cabeza?


—Estoy empezando a temer que sí —murmuró.


—Gracias por la invitación, pero voy a tener que rechazarla, aunque Hernan me retorcería el pescuezo si se enterara. Desde que cayó la primera nevada lleva dándome la lata para que le lleve.


—Entonces, ¿por qué no te animas?


—¿Tienes idea de la logística que necesitaría? Para empezar no creo que les valga nada de su ropa de esquí. Se la voy a regalar para Navidad, pero aún faltan cuatro días. Y además, si mis hijos y yo nos dedicamos a pasárnoslo de muerte con los Hertzog en una pista de esquí, ¿cómo quieres que te prepare la cena mañana?


—Ya se te ocurriría algo.


—No. Gracias, pero no. Es una de las cosas que queremos hacer en las vacaciones. Tú ve y pásatelo bien con tus invitados, que yo me quedaré aquí para asegurarme de que haya algo comestible que cenar.


—Si cambias de opinión, dímelo.


Paula asintió, aunque por supuesto no pensaba decirle nada. Mientras hablaban no se había dado cuenta de lo que hacía Pedro, pero de pronto reparó en que se había acercado al fregadero y estaba secando y guardando cacharros.


—Eh, deja eso ahora mismo.


—¿El qué?


—¡Pues que dejes de recoger! No tienes por qué hacerlo. Por si lo has olvidado, me vas a pagar una obscena cantidad de dinero por que sea yo la que se ocupe de esos detalles.


—No me importa. No es ni mucho menos la primera vez que lo hago.


Lo miró con los ojos muy abiertos.


—¿El presidente de Alfonso Enterprises?


El se echó a re ir.


—Hace quince años. Alfonso Enterprises no existía, y yo era el presidente de absolutamente nada.


—¿Quince años? Pues es increíble lo que has conseguido en tan poco tiempo.


Mientras ella estaba ocupada trayendo hijos al mundo, él ocupaba su tiempo en crear su fortuna. Algunas mujeres se deprimirían ante semejante comparación, pero ella no cambiaría su vida por nada del mundo, ni siquiera el dolor y la tristeza que la habían acompañado en el viaje.


—Tuve unos cuantos fracasos al empezar —confesó—, pero a partir de ahí todo ha ido sorprendentemente bien. La verdad es que he tenido una suerte inmensa.


Eso no era cierto. Antes de decidir venderle el rancho, había investigado todo lo posible sobre él. Conocía la reputación que tenía por hacerse con el control de compañías tecnológicas deficitarias y reflotarlas con éxito.


—No tienes por qué ser modesto conmigo, Pedro. Todo lo que he leído de ti dice que eres brillante, que casi has dirigido tú solo tu conglomerado de empresas y has hecho de él algo digno de reconocimiento.


Parecía sentirse incómodo con su alabanza, casi azorado, y eso era totalmente inesperado.


—No está mal para haber tenido que presentarme al examen de graduado escolar para poder hacer el bachiller y asistir a clases nocturnas en la universidad —explicó con más humildad de la que ella le había creído capaz.


Abrió la puerta de la nevera y sacó una botella de Perrier seguramente sólo para ocultar la incomodidad que le producía hablar de sí mismo.


No recordaba haber leído nada de aquellos comienzos en los artículos que se publicaban sobre él. Un pasado tan humilde hacía de su éxito algo todavía más sorprendente y reflejaba su personalidad de hombre decidido y firme, algo que ella ya se había imaginado.


Sabía que debía irse a casa. Tenía un millón de cosas que hacer, aunque también sabía tras una breve llamada hecha a su sobrina Erika que los niños estaban ya profundamente dormidos. Aun así, aquella tranquila conversación le estaba gustando y no tenía ganas de ponerle punto final.


—¿No te has casado?


Pedro tomó un largo trago de agua y cuando bajó la botella vio en él una expresión oscura y triste.


—Me he casado una vez, hace mucho.


Hablaba a regañadientes, como si no hubiera compartido esa información con muchas personas.


—¿Cuánto tiempo es hace mucho?


—Tenía apenas dieciocho años, y ahora tengo treinta y seis, así que...



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