martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 2





Paró el motor y se bajó a toda prisa para acudir junto al muchacho tirado en la nieve. El mediano de los hermanos estaba agachado a su lado, pero parecía tener la atención puesta en el hermano mayor y no en el herido.


—Eres imbécil, Hernan. ¿Por qué le has obligado a hacerlo? ¡Mamá nos va a matar!


—¡De eso nada! ¡Yo no le he obligado! No tenía por qué hacerlo aunque yo se lo dijera. Tiene cerebro, ¿no? Y puede pensar.


—Desde luego más que tú —espetó el mediano.


—Vamos, chico —le dijo Pedro al crío, que parecía haberse quedado sin respiración—. Háblame.


El muchacho le miró a los ojos. Parecía un poco descentrado, pero tras unos segundos comenzó a sollozar y llegó a llorar a pleno pulmón con tanta fuerza que espantó a un par de urracas que se habían acercado a ver qué era tanta conmoción.


—Vamos, Kevin, que no ha pasado nada —intentaba calmarle el mediano dándole unas palmaditas en el hombro que sólo parecían servir para que el crío aullara todavía más.


Lo que Pedro sabía sobre niños cabría en la tapa de un bolígrafo. Su instinto le aconsejaba que volviera al coche y dejara que se las apañaran solos. Sabiendo lo terremotos que eran, no podía ser aquélla la primera vez que uno se daba un buen golpe.


Pero no podía hacerlo mirándole uno con los ojos inundados de lágrimas, otro con expresión hostil y el tercero esperando que se hiciera cargo de la situación.


El más pequeño se secó las lágrimas con la manga de su parka y se incorporó para quedarse sentado sobre la nieve, palparse el cuerpo y comprobar que no tenía nada roto.


Mejor que su madre se ocupara de aquello, pensó. Le estaría bien empleado por dejarles campar a sus anchas.


—Vamos. Os llevo a casa.


El mediano lo miró con desconfianza.


—No debemos subirnos en el coche de un desconocido.


—No es un desconocido —espetó el mayor volviendo a la beligerancia—. Es el señor Alfonso, el tipo que nos ha robado el rancho.


—Yo no...


Pedro iba a defenderse, pero se detuvo. Sería ridículo darles explicaciones a tres mocosos como aquéllos.


—¿Queréis que lleve a vuestro hermano a casa o preferís llevarlo a cuestas vosotros mismos?


Los dos chicos intercambiaron una mirada y Hernan, el mayor, se encogió de hombros.


—Nos da igual.


Él personalmente habría preferido la otra opción, sobre todo una vez tuvo en los brazos al pequeño para llevarlo al coche y el llanto arreció. 


De nuevo volvió a desear no haber detenido el coche al verlos sobre la cerca. De no haber sido por esa decisión, nada de todo aquello habría ocurrido y en aquel momento estaría ya ensillando a uno de sus caballos favoritos para darse un buen paseo por las montañas nevadas.


Dejó al crío en el asiento de atrás y se volvió a mirar a los otros dos.


—¿Venís?


El de las gafas asintió y se sentó junto a su hermano, pero el mayor daba la impresión de preferir que lo arrastrara con el coche antes que subirse a él. Tras una larga deliberación consigo mismo se encogió de hombros y echó a andar hacia la otra puerta.



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