martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 27





La tarea resultó ser más difícil de lo que esperaba. Paula sirvió personalmente la cena, vestida sencillamente con pantalones negros y camisa blanca. No eran los vaqueros que llevaba antes y se preguntó si se habría traído la muda o si habría ido a su casa a cambiarse.


No podía apartar la atención de su persona mientras entraba y salía sirviendo plato tras plato de maravillosa comida. Una ensalada verde con una vinagreta única de nueces, una especie de sopa de champiñón que se sintió capaz de comer a diario durante el resto de su vida, y el plato fuerte, a elegir entre trucha salvaje en salsa de nueces o un sabroso filet mignon que se deshacía en la boca.


Paula no lo miró ni una sola vez a lo largo de toda la cena, ni siquiera cuando sirvió el postre que era un pastel de chocolate sin harina o tarta de queso al humo de nueces.


—Señora Chaves, tiene usted un don para la cocina —dijo Antonia Hertzog cuando Paula dejó ante ella un plato elegantemente decorado de pastel de queso.


—Gracias —contestó con una sonrisa. Estaba preciosa y Pedro no podía apartar la mirada de ella; incluso tuvo que contener el aliento cuando se acercó a servirle el trozo de tarta de chocolate que le había pedido.


Sus pechos rozaron apenas su hombro al dejarle el plato y todos sus músculos se tensaron, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera el recuerdo de su tibieza al abrazarla.


—Gracias —le dijo.


—De nada. ¿Alguien desea algo más?


Podría haberle contestado a la pregunta con un montón de cosas, pero decidió que lo mejor sería no pensar en ellas.


—¿Tiene Nutella? —preguntó Amalia en voz baja.


Paula le sonrió a la niña que apenas había intercambiado alguna palabra con Pedro a pesar de haber estado con él toda la tarde.


—No estoy segura, pero creo que he visto un tarro en la cocina. Voy a ver.


Un instante después volvió con el frasco y lo dejó sobre un plato al lado de la niña, que le obsequió con una brillante sonrisa.


—Gracias —dijo tan bajito que Pedro casi no lo oyó.


—De nada. En cualquier otra ocasión que te apetezca, está en la segunda balda de la despensa, al lado de la mantequilla de cacahuete.


—Gracias —volvió a decir. Paula sonrió y Pedro se maldijo por no tener la misma suerte.


Paula se volvió para marcharse, pero Pedro no pudo dejar pasar la oportunidad de retenerla un poco más allí.


—¿Todo bien por casa? ¿No ha habido más emergencias de algún tipo?


Por fin se volvió a mirarle aunque fue sólo un instante, pero bastó para que el fuego que ambos recordaban caldease sus miradas.


—Esta noche no. Hace un buen rato que me pasé por allí y todos se estaban preparando para irse a dormir.


—¿Vive usted cerca? —le preguntó Dierk analizándola con mirada de hombre, algo que a Pedro le puso los pelos de punta.


—Si, al otro lado de la colina.


—¿En la casa con las luces de Navidad? —preguntó Elle con un ligero matiz de desdén en la voz.


Paula no lo percibió o decidió no tenerlo en cuenta.


—Esa, sí. Mi familia y yo somos los vecinos más cercanos del señor Alfonso.


—Está preciosa su casa con ese aire tan navideño —dijo Antonia sonriendo abiertamente, como si quisiera compensar la frialdad de su nuera—. ¿Cuántos hijos tiene?


—Cuatro —contestó Paula con una sonrisa.


—¡Cuatro! —exclamó Antonia— Ach der Lieber!


—Sí. Tres niños y una niña. El mayor de los chicos tiene diez años y la niña dieciocho meses.


—¿Y su esposo, a qué se dedica? —preguntó Elle, con un tono altanero que no consiguió disimular.


Pero Paula siguió sin darse por ofendida.


—Era ganadero, pero falleció en un accidente hace dos años.


—¡Dios bendito, querida! —exclamó Antonia, poniendo su mano en la de Paula—. Cuánto lo siento.


—Yo también —respondió ella—. Era un buen hombre y todos lo echamos mucho de menos.


Iba a marcharse, pero Frederick señaló una silla vacía que había junto a la pared.


—Debe de haberse pasado usted todo el día de pie para preparar semejante festín. ¿Por qué no se sienta y nos acompaña en el postre?


La invitación pareció desconcertarla un poco, pero luego volvió a sonreír.


—Muchas gracias por su amable invitación, pero me temo que aún tengo unas cuantas cosas que terminar en la cocina para el desayuno de mañana y luego he de volver a casa para estar con los niños.


—Ah, claro, por supuesto.


—Si alguno de ustedes necesita algo más, no duden en pedírmelo —dijo con una sonrisa, y salió para la cocina.


—Una mujer encantadora —comentó Frederick.


—Sí que lo es.


Pedro no podía quitarse de la cabeza el recuerdo de sus delicadas facciones arreboladas por el beso.


—Es una suerte tener a un magnífico chef al lado de tu casa, y además tan guapa —comentó Frederick—. ¿Hace mucho tiempo que trabaja para ti?


Pensó en explicarle la cadena de acontecimientos que habían desembocado en aquella situación, pero decidió que eso no hablaría bien de sí mismo. Seguramente no le gustaría la combinación de soborno y chantaje que había empleado para convencer a Paula de que cocinase para ellos.


—En realidad la señora Chaves no trabaja para mí. Ha sido un favor personal.


Amalia movió la cabeza.


—Imaginaos: cuatro niños y nadie que la ayude. Debe de ser una mujer increíble.


Pedro no tuvo más remedio que darle la razón.




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