martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 42




Se lo había advertido. Dos horas después, Pedro estaba en la reducida cocina de Paula intentando quitar de la cacerola unos macarrones con queso que se habían pegado al fondo. A su espalda tenía a Julia, sentada en su trona delante de la mesa, que empezaba a protestar y a frotarse los ojos mientras Kevin no paraba de hablar ni un segundo enumerando todas las cosas que quería que Papá Noel le trajera al día siguiente, aunque él no tenía ni idea de con quién demonios estaba hablando.


Desde luego sus hermanos no le estaban prestando la más mínima atención. Hernan y Dario estaban discutiendo de todo lo que calienta bajo el sol, desde cuál era el mejor lugar para ir a pescar en verano, pasando por cómo se debía lanzar una bola rápida, hasta cuál de los dos era mejor jugando a Super Mario Galaxy.


Treinta segundos más y la cabeza le explotaría.


¿Cómo demonios había llegado a convencerse de que sería capaz de manejar todo aquello?


La discusión empezaba a desmadrarse, así que tuvo que intervenir.


—Chicos, chicos, vamos... vuestra madre se va a despertar en cualquier momento y no querréis que os encuentre tirándoos de los pelos.


Dario fue el primero en reaccionar.


—Perdón, señor Alfonso.


Pero como cabía esperar, Hernan no se mostró tan cooperativo.


—¿Por qué tenemos que hacerle caso? —espetó en ese tono hosco al que Pedro ya empezaba a acostumbrarse, aunque afortunadamente gran parte de la tarde había transcurrido sin dificultad. Al parecer la tregua se había roto—. Ni siquiera tendría que estar aquí.


Eso era cierto. Estaba totalmente de acuerdo con el chico. Allí se sentía como pez fuera del agua, pero le había dado su palabra a Paula y no había otra alternativa.


Le quedaba el consuelo de que no anduviera por allí viendo cómo fracasaba en el intento. Se había quedado dormida unas horas antes, y la verdad, le sorprendía haber sido capaz de defender el fuerte durante tanto rato. Al entrar en la casa le había pedido que la dejara en el sofá del salón frente al árbol de Navidad torcido.


Cualquier espectador creería que la madre llevaba semanas fuera, a juzgar por cómo se colgaban de ella, pero claro, pensar en lo aterradora que debía de ser la situación para ellos, habiendo perdido a su padre dos años atrás por Navidad...


A ella no parecían estorbarle. Había estado charlando una media hora hasta que sus escasas reservas de energía se agotaron.


Antes de que hubiera podido sacar a los chiquillos de la estancia se había quedado dormida, y así seguía después de al menos dos horas.


—Mirad, vuestra madre necesita descansar —les recordó—. Sé que querrá estar bien para mañana, así que necesita que la dejemos dormir cuanto podamos.


—Esta noche íbamos a ir a ver las luces de Navidad —protestó Kevin con un mohín—. Mi amigo Cody dice que su casa tiene más luces que cualquiera de las de Pine Gulch y me gustaría verla.


Pensó en subirlos a todos a su monovolumen y acercarlos a la ciudad. Sería una distracción y quizás así Julia se quedara dormida, pero por otro lado, la logística que suponía trasladarlos a todos le sobrecogía, una sensación bastante humillante para un hombre dueño de docenas de empresas y capaz de conocer la situación exacta de todas ellas.


—¿Seguirás aquí en Nochebuena? —preguntó Hernan de mal humor.


—No lo sé —contestó. «Dios, espero que no»—. Dependerá de vuestra madre y de cómo se encuentre.


Apenas acababa de decir la frase cuando la mujer en cuestión apareció en la puerta, pálida y despeinada, pero más encantadora que nunca.


No podría decir en qué otra ocasión se había alegrado tanto de ver a alguien, y al parecer los niños compartían su sentimiento.


—¡Mami! —exclamó Kevin, y echó a correr hacia ella.


No le pasó desapercibida la mueca de dolor de la madre cuando el chiquillo se lanzó a ella, aunque rápidamente la ocultó para abrazarle. 


Aquella visión le produjo una extraña presión en el pecho. Ella debía de sentirse como si un camión la hubiera pasado por encima y sin embargo dejaba que el niño la apretujase.


—Lo siento —dijo, apartándole un mechón de pelo de la cara—. No pretendía dormir tanto rato. Bueno, la verdad es que no pretendía quedarme dormida ni mucho ni nada.


—Con el montón de pastillas que te han dado en la clínica, es un milagro que hayas resistido tanto tiempo despierta.


—Puaj, qué asco. No me gustan nada las pastillas. Ojalá hubiera podido convencer a Jeronimo de que con un par de aspirinas era suficiente.


—Mamá pupa —intervino Julia. La barbillita le temblaba y parecía a punto de echarse a llorar.


Paula avanzó cojeando hasta su silla y la besó en lo alto de la cabeza.


—Sólo un poquito, cariño.


—Hemos comido macarrones con queso —anunció Kevin—, pero no estaban tan buenos como los que haces tú con ese queso blandito y lo de arriba crujiente.


—Lo siento —dijo Pedro—. Los he hecho lo mejor que he sabido, pero no tengo tu talento para la cocina.




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