martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 18
Tres horas más tarde, Alfonso's Nest estaba invadido por los ruidos que hacía el equipo de decoradores enviado por Mariza.
El árbol que habían traído los chicos y él quedaba perfectamente en el salón y su aroma perfumaba la casa entera. Tenía que admitir que confería a la casa un toque hogareño que los Hertzog apreciarían.
Aunque en aquel momento, mientras hablaba una vez más por videoconferencia con Mariza, sintió la tentación de llamar a Frederick Hertzog y cancelarlo todo.
—Tenemos un contrato —dijo—. Sawyer accedió a preparar las comidas de los dos días que los Hertzog estén aquí. Hemos pasado las dos últimas semanas puliendo hasta el último detalle del menú, así que dile que es responsabilidad suya encontrar a alguien que pueda cubrir ese mismo servicio si él no es capaz de satisfacer los términos de nuestro acuerdo, o le demandaré por incumplimiento de contrato.
Las facciones normalmente serenas de Mariza estaban arreboladas.
—Ya se lo he dicho. Puedes estar seguro de que he sido bien clara con él. Cuando alguien firma un contrato con Alfonso Enterprises debe estar dispuesto a cumplir con sus compromisos. Pero a estas alturas de temporada, cualquiera de sus recomendaciones en la zona de Jackson Hole está de vacaciones o tiene la agenda completamente llena.
—¿Y qué vamos a hacer? —no quería dejarse arrastrar por el pánico—. Estarán aquí a mediodía y estoy segura de que Frederick Hertzog y su familia esperan algo más que sopa de sobre y sándwiches de atún, que es lo único que yo sé preparar.
Mariza se pasó una mano por el pelo, dejándose alborotados unos cuantos mechones, lo cual equivalía a decir que estaba alterada.
—Hablaré con tu chef personal de aquí a ver si pudiera volar hasta el rancho o si puede recomendarme a alguien. Eso sí, tendrás que hacer que le valga la pena el esfuerzo.
—Puedes apostar a que demandaré a Michael Sawyer por la diferencia.
—No puedes culparle porque hayan tenido que operarle de apendicitis.
—Puede que no, pero debería tener un plan de contingencia para casos de enfermedad. Es una buena praxis para cualquier negocio.
—Sabes que, aunque pueda encontrar a alguien aquí en San Francisco, vamos a necesitar tiempo para organizar todos los detalles logísticos. Me temo que para la comida te las tengas que apañar como puedas.
Pedro cerró los ojos. Los escenarios que se le venían a la cabeza eran de auténtica pesadilla.
—Haz lo que sea para que venga alguien enseguida, no importa lo que pueda cos...
Dejó la frase en el aire al mirar por la ventana y ver las luces de Navidad al otro lado de la colina.
—Espera. Aguarda un minuto —apartó la cortina y miró la casa de Paula Chaveds, que le parecía como un faro en una noche oscura y ventosa—. No llames a nadie aún, Mariza. Creo que a lo mejor puedo arreglar este lío.
—¿Cómo?
—Paula Chaves.
Mariza frunció el ceño y bajó la mirada para ver algo que él no podía ver en la pantalla.
—No la veo en mis contactos.
—No estará. Paula es mi vecina... la mujer que me vendió el rancho, ¿recuerdas?
Mariza abrió los ojos de par en par.
—¿La de esos críos apestosos? ¿Qué tiene ella que ver?
¿De verdad había hablado así de sus hijos?
Después de haber pasado unas horas en su compañía lamentaba haber dicho algo así. No eran tan malos. Moviditos y traviesos quizás, pero sólo niños.
—Paula Chaves podría hacer algo para salvar la situación, si quiere, claro. Te llamo en cuanto hable con ella. Tú cruza los dedos.
Mariza levantó las dos manos con los dedos cruzados en ambas.
—De acuerdo.
Pero mientras se encaminaba a la puerta Pedro se dio cuenta de que iba a necesitar algo más que cruzar los dedos para convencer a Paula Chaves de que le ayudase.
Iba a ser necesario un milagro de Navidad.
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