martes, 31 de diciembre de 2019

CAPITULO 20





Pedro la miró atentamente. Llevaba un jersey rojo, unos sencillos aretes de oro y el pelo recogido en lo alto de la cabeza de un modo desaliñado, pero que de alguna manera hacía que estuviera preciosa.


¿Cómo podía parecer tan dulce y frágil y al mismo tiempo ser tan testaruda?


Consideró sus posibilidades, y ninguna de ellas era muy digerible. Servir macarrones y queso a cada comida le helaba la sangre. También podía pedir que les sirvieran las comidas desde un restaurante, pero las posibilidades en Pine Gulch no eran exactamente de gourmet.


Había buenos restaurantes en Jackson Hole o en Idaho Falls, pero ambos quedaban al menos a tres cuartos de hora de distancia. Un poco lejos para ir a por ellas.


No, Paula era su mejor alternativa. Si consiguiera hacerle comprender lo limitadas que eran sus opciones.


Entornó los ojos e intentó lanzarle una bola fuerte.


—¿Sabe una cosa? Siempre podría tomar la decisión de cerrar la puerta del puente que salva el arroyo. Es de mi propiedad, y no había nada en nuestro acuerdo de venta que me obligase a permitirle el paso.


Ella le miró y la furia brillaba en sus ojos. La gatita tenía uñas.


—¿Sería capaz de llegar a ese extremo por salirse con la suya?


El suspiró. No sabía si se despreciaba más por haber hecho tal insinuación o por no ser capaz de llevarla acabo.


—Seguramente no —admitió—, pero estoy contra las cuerdas, Paula. ¿Y si sólo me ayudara mañana con la comida y la cena? Al menos así mi gente tendría tiempo de enviarme a alguien de Bay para cubrir el segundo día.


Paula se pasó la mano por el pelo.


—Les prometí a los niños que iríamos a montar en trineo después de la iglesia.


—Podría hacerlo entre las dos comidas.


—No tiene ni idea de lo que se tarda en preparar una comida decente de las que usted está pensando, ¿verdad?


—Lo cierto es que no. No sé cocinar. Pero usted hace que parezca sencillo.


—Sencillo. Ya.


—Por favor, Paula. Si hace esto por mí, le prometo que nunca volveré a insistir en que me venda lo que le queda de tierra. Nunca me enfadaré con los chicos si se meten donde no deben. Seré el vecino perfecto.


—Ja.


Aquella exclamación le hizo reír.


—¡Lo juro!


Ella suspiró.


—¿Cuántos invitados espera?


—Seis en total: Frederick y Antonia Hertzog, su hijo Dierk y su esposa, Elle, y los nietos. Amalia y Gregor. No tienen alergias alimentarias aunque a Gregor no le gusta la cebolla y Elle insiste en tomar grasas no saturadas.


—¿Qué clase de menú tenía preparado?


—Puedo proporcionarle todo lo que Sawyer había hablado con mi asistente, pero no tiene por qué sentirse obligada a seguir con su plan. Puedo ser flexible.


Aquella ocasión fue ella quien se echó a reír.


—¿De verdad? Me gustaría verlo.


Pedro sonrió.


—Puedo serlo. No tiene más que observarme.


Ella lo miró atentamente y él se preguntó qué se andaría cociendo detrás de aquellos hermosos ojos verdes.


—¿Significa eso que lo hará?


Ella suspiró.


—¿Cómo voy a negarme a tres veces mi tarifa regular y a la promesa de que no volverá a darme la lata para que le venda Wagon Chaves?


El hizo una mueca.


—Y me va a tomar la palabra, ¿verdad?


—Es la única razón por la que me planteo aceptar.


—Y luego dicen que yo soy un negociador implacable.


—Necesitará que su asistente me envíe por fax copias de todos los menús esta noche, y un inventario completo de la comida que Michael Sawyer ya ha comprado. Puede que necesite hacer algunos cambios si tenía pensado preparar platos que yo no pueda hacer.


¿Era entusiasmo o nerviosismo lo que veía brillar en sus ojos? Fuera lo que fuese, le confería un aspecto brillante, lleno de energía y extraordinariamente encantador.


—Puede preparar lo que usted quiera —le dijo—. Confío plenamente en su buen juicio.


Ella apretó los dientes y el brillo desapareció como si le hubiesen echado encima un cubo de nieve.


—Eso no es cierto. Usted me considera una mala madre que no es capaz de controlar a sus hijos.


El la miró atónito.


—¿Cuándo he dicho yo tal cosa?


—No es necesario que lo diga. Cada vez que los chicos se han metido en líos en su propiedad y hemos tenido que hablar de ello, lo he visto en su forma de mirarme. Intenta ocultarlo, pero sé que los encuentra insoportables.


Unos días antes habría estado totalmente de acuerdo con ella, pero algo había cambiado. No podía identificarlo, pero ya no encontraba ni a Paula Chaves ni a sus hijos tan horrorosos como antes.


—Supongo que con el tiempo llegarán a gustarme —admitió.


—Bien —contestó ella ladeando la cabeza y sonriendo—, porque no estoy segura de si voy a poder encontrar quien los cuide mañana con tan poco tiempo de adelanto. Si insiste en que cocine para sus invitados, a lo mejor tendrá que aguantar que mis hijos vayan conmigo al Alfonso's Nest.


Por un instante sintió pánico ante la idea de que tres críos muy activos y un bebé anduvieran por su casa rompiendo antigüedades de valor incalculable, dejando la huella de las manos sucias por las paredes y haciendo interminables preguntas a las que él no sabría contestar


Pero intentó no dejarse arrastrar. Paula le estaba haciendo un gran favor y no podía ponerle pegas.




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