martes, 31 de diciembre de 2019
CAPITULO 49
—Lo de nadar ha sido una idea estupenda —dijo Paula cuatro horas más tarde mientras Pedro conducía el monovolumen del rancho en la ondulante carretera entre Pine Gulch y Idaho Falls.
—Tengo mis momentos —contestó él con una sonrisa, y Paula tuvo que esforzarse porque no se le fuera directa al corazón. Estaba por ver si seguía sonriendo dentro de una hora, una vez hubieran recogido ya a su suegra.
Tanta tranquilidad en el coche la obligó a mirar hacia atrás y asegurarse de que los niños no se habían bajado aprovechando la parada en un semáforo. No se habían dormido, pero todos estaban muy relajados, satisfechos con mirar por la ventana, o en el caso de Dario, con leer un libro.
Era un milagro casero que no anduvieran dando saltos dentro de la furgoneta. ¿Quién se iba a imaginar que dos horas de natación en la piscina de Pedro iba a dejarlos como una malva?
Julia sí se había dormido incluso antes de que salieran de Cold Creek Canyon, y ella misma se sentía a gusto, escuchando villancicos en clave de jazz, calentitos con la calefacción y viendo caer una suave nevada.
Combatió el sueño durante unos cuantos kilómetros más hasta que de pronto un sobresalto le hizo darse cuenta de que había perdido la batalla.
—Duérmete —le dijo él—. Ya te despertaré cuando lleguemos a Idaho Falls para que me indiques.
Así lo hicieron. Pararon el coche delante de las elegantes instalaciones de la residencia y entraron. Paty les esperaba en una de las sillas del vestíbulo con su andador y la pequeña maleta que siempre llevaba.
—Creía que habíais dicho a las dos y media —dijo sin más preámbulos. Su dicción era un tanto oscura debido a la parálisis del lado izquierdo que le había acarreado el ataque.
Paula miró el reloj de la pared. Eran las tres menos cuarto.
—Perdona que hayamos llegado un poco tarde. Feliz Navidad, mamá.
Y cojeando la besó en la arrugada mejilla.
Paty reparó entonces en la escayola y la muleta que llevaba.
—¿Qué te ha pasado?
—Ayer tuve un pequeño accidente. Me escurrí en el hielo.
—¿Es que no han limpiado tus hijos el camino? —preguntó en tono acusador.
Paula no tuvo que explicarle dónde había ocurrido el accidente gracias a la impaciencia de los niños por saludar a su abuela.
Todos la abrazaron y la expresión severa de Paty se suavizó por el afecto que indudablemente les profesaba a sus nietos.
De pronto miró a Pedro, que había entrado con Julia en brazos.
—¿Y tú quién eres? —espetó.
Pedro miró a Paula. Le estaba preguntando si debía mentir sobre su identidad para que las vacaciones le resultaran más fáciles a ella, y aquella delicadeza le conmovió, pero aparte del hecho de que no deseaba que sus hijos la vieran mentir, no sería justo para Pedro tener que participar en un engaño.
—Mamá, te presento a Pedro Alfonso, nuestro vecino.
Aunque la mitad de su rostro permaneció estoico y sin expresión, la otra mitad mostraba el ultraje que sentía sin sombra de duda.
—¿Y qué hace aquí?
—Ha sido muy amable con nosotros porque nos ha estado ayudando constantemente desde el accidente. Habríamos estado perdidos sin él.
—Pedro tiene una piscina en su casa, abuela —dijo Kevin entusiasmado, y deslizó una mano en la mano izquierda y paralizada de su abuela.
Siempre agradecía tener a quien contarle cosas, y además Paty siempre había adorado su charla—. Hemos ido a nadar hoy y hemos jugado al baloncesto en el agua. Ah, y ya no tengo que sujetarme todo el rato en el borde. Tendrías que haberme visto, abuela.
Por un momento pareció perdida, como si quisiera seguir mostrándose ultrajada, pero los chiquillos comenzaron a hablarla y acabó distrayéndose.
Jamás Paula se había alegrado de las faltas de atención que le habían quedado a la abuela como efecto secundario del ataque.
Ojalá pudieran mantenerla distraída el resto de la noche y no fuera capaz de recordar lo mucho que despreciaba a Pedro.
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